viernes, 10 de mayo de 2013

De ETA a Euskadiko Ezkerra (EE): El triunfo final fue su fracaso (II)


Fue difícil no mirar uno por uno a aquellos viejos euskadikos, compañeros de batallas, mientras el director de la Editorial Tecnos relataba por qué su interés en publicar obras sobre el nacionalismo vasco y europeo, ante un auditorio mayormente no nacionalista, sino vasquista, que es una forma de estar en la antípodas de algo aunque a unos y otros los separe solo una calle, la de la exclusión. Y por qué publicar, con lo que está cayendo, la historia de 20 años de ETA poli-mili, cuando esta otra ETA, que colea sin disparar al menos, está a punto de recorrer el mismo camino que la ETA origen de Euskadiko Ezkerra: del fuego al fracaso, costando lo que costó.
Gaizka Fernández Soldevilla, historiador,
autor de "Hérores, heterodoxos y traidores
“Héroes, heterodoxos y traidores” es una visión histórica, investigación narrada por un joven Gaizka Fernández Soldevilla que se renace en cada capítulo y se aburre pensando en volver al aula universitaria cada día. Una historia, como decía pocas horas después alguno de esos euskadikos y ex etarras, que nunca debería haber existido y que, ahora que se reescribe, vale para encontrarse con la verdad documentanda: Idealismo, autoritarismo interno, impulso juvenil, exilio, carcel y víctimas que no fueron escuchadas a la hora de diseñar el final de esa historia, ese salto a la democracia desde las armas.
Una peripecia que, finalmente, no evita parecer la forja de unos traidores, para unos, los que permanecieron en ese lado de la raya entre violencia y convivencia, entre armas y democracia; pero también la de unos heterodoxos y una heterodoxia de viejos ortodoxos de la libertad frente al franquismo, que los llevó a embarrancar, ajenos a la gestión de los recursos, en la puerta del socialismo vasco, cuando el PSOE buscaba rincones inquietos para dar base a su ortodoxia.
Gaizka Fernández Soldevilla y Esozi Leturiondo
Finalmente, una historia que ha convertido en héroes a personajes ya lejanos en la memoria de sus obras e ideas, como este Mario Onaindia que se superpone al paso de los años. Desde la lejanía, dicen sus compañeros, le salva su inquitud intelectual, a un paso del deambular politico y metros por delante de la realidad de los comunes que le acompañaron. No lejano, solo inmerso en sí mismo. No equívoco, solo discutido. No triunfal, pero siempre respaldado.
Esa parte del relato en el que quienes le siguieron volvieron a clavar los postes, las cotas a la democracia interna tan usuales cuando disciplina y organización resultan demostrarse incompatibles con inquietud, realidad o inteligencia.
Héroes que el tiempo no ha mitificado pero tampoco se les ha vinculado al final de todo ese camino, probablemente porque, como se suele pensar, lo importante es el camino que se recorre, aunque en la llegada espere el desierto. Una historia, en todo caso, en la que las condenas a muerte, incluso dobles, son noticia, diversas cárceles son el cobijo de muchas ideas y el encuentro con la discutible realidad de los propios, y el descubrimiento de que los virus internos que otros heredarán sin haberlos vencido anteriormente son datos subrayados en negro. Y es dificil entender que ese recorrido sea solo sea causa del furor juvenil, aunque, por encima de héroes, mitos, ortodoxias y traiciones, el fracaso sea el triunfo del destino. 


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