miércoles, 14 de noviembre de 2012

Antes de que pase el día: El 14-N y la resistencia desmembrada

El riesgo de acostumbrarse a lo extraordinario lleva a la inactividad; como el riesgo de acostumbrarse a esperar lo peor cada día, asumir que todo puede ser peor que lo ya conocido sin hacer nada por remediarlo o evitarlo. 

España ha pasado del miedo a la resignación; el Gobierno del PP escupió sobre el país su programa silenciado de contrarreforma de los derechos y, en paralelo, desmantelamiento del sistema público de bienestar (eufemismo donde los haya) y ya ha puesto en marcha la maquinaria represiva contra cualquier conato de los más intrépidos que no se asustaron o no se resignaron y, por ello, vuelven y vuelven a la calle a defender los centímetros cuadrados de derechos que quedan por desmontar, porque los demás ya son irrecuperables para décadas enteras. 

El Roto (El País)
La estrategia de los sindicatos comienza a no superar la sordina que el miedo y la amenaza ha colocado en nuestros oídos y la confusión escénica de los partidos de izquierda les hace pensar que aún es el tiempo de apoyar sin convocar las acciones de rechazo que la sociedad impulsa desde grupos o segmentos de población hasta ahora inéditos. (Sorprende ver al presidente del corporativista Consejo General del Poder Judicial justificando la protesta y huelga de todos los estamentos judiciales contra la nueva Ley de tasas de Gallardón. Sorprende por inaudita la unanimidad y sorprende la oportunidad de sumarse a otras movilizaciones que saltan como hongos por el país).

Como no es menos sorprendente que en Euskadi, donde el PNV acaba de ganar las elecciones autonómicas, los sindicatos ELA (íntimamente vinculado al PNV) y LAB (íntimamente vinculado a Batasuna y sus herederos nominales) y que tienen reconocida representatividad territorial, hayan decidido desligarse si y no, según la hora, de esta convocatoria de huelga general que vincula a España y todos los países miembros de la Unión Europea. Aún a fuer de querer ser europeos antes que españoles, han preferido no respaldar esta segunda huelga general contra el Gobierno del PP. Como un PNV cualquiera.

Hay quien sigue sin ver que las medidas económicas del PP son la coartada para la mayor regresión en los derechos ciudadanos que este país ha vivido desde el final del franquismo y traslada a los sindicatos la responsabilidad de la iniciativa; hay quien piensa, como la dirección del PSOE, que la oposición ante tanta vuelta atrás se solventa con correos a la militancia de su partido como si no fueran seres pensantes o permaneciesen inertes al desastre que vivimos; hay quien no entiende que la sociedad, disgregada ante el miedo, atenazada por la represión policial, es carne de cañón como punta de lanza de la protesta social y olvida que los intereses corporativos o gremiales son una malla que a veces termina por envolver y acallar el ímpetu de la protesta. Y hay quien piensa que vive en corral ajeno, como Catalunya antes de Mas y con el nuevo Mas. O como en Euskadi, donde se esperaba -ay, esa eterna aspiración de compartir el bien- una cierta continuidad en las políticas sociales del gobierno de Patxi López hasta que, en unos días, el PNV y PP comiencen a fraguar nuevos pactos como los que ya han iniciado para los seis primeros meses de gobierno monocolor. 

En los meses que el PP lleva gobernando España a lo ancho, ha conseguido lo más dificil: desvertebrar España a lo hondo. Cuanto peor, mejor. Siempre se dijo que las gaviotas se alimentan de los desperdicios.









lunes, 12 de noviembre de 2012

Puntos cardinales: Fronterizos

Para Ana.

Por una puerta salías de Ciudad Real y entrabas en Badajoz, por la otra saltabas de Badajoz a Córdoba en un santiamén, y por la misma podías ir de Córdoba a Ciudad Real sin aduana. No había "dutty free" ni similar, apenas un banco de madera contra la pared, frente a la puerta que daba a los andenes de viajeros. Aquella sombra del reloj anclado en la pared marcaba las 7,20 de la tarde y, desde Algodor, el tren de madera había atravesado el tiempo y los montes mintiendo a cada instante sobre donde estabas. Eras el único viajero que apareció y la maleta de tus manos decía que eras tu.


De aquel taxi/bus que nos llevó hasta el pueblo la memoria solo guarda el color grisaceo de la carrocería y aquel insorportable olor a gasóleo quemado que importaba poco y parecía un brindis al seco paisaje del futuro. Junto a la iglesia, la llegada era la fiesta con hora fija de todos los días para quienes llegaban de Peñarroya o de más lejos en el tren. Docenas de criaturas esperaban al familiar viajero o al menos una sonrisa del forastero. Pocos premios había en Villanueva como los de esa hora: cerezas gruesas, granates y voluptuosas de junto a un río desconocido; rosquillos pringados de miel o la mano que removía el pelo de las cabezas infantiles.

Bajo el brazo traías aquel inmenso libro, como una Biblia para pecadores: "Que el cielo la juzgue". Dias después lo leímos juntos viendo escapar el agua por aquel mortecino arroyo en esa ficción de cortijo, adobe sobre adobe, saco por cama y pan en la tinaja. Tal vez el cielo no la haya juzgado aún. Ni tu ni fuimos capaces de terminar la historia bajo el sol imposible de aquel agosto y el picor de la intoxicación de chirlas con perejil en pleno secarral.

Al llegar a casa, la luz del patio en el fondo iluminaba un pasillo de piedra clavada en el cemento y baldosa roja a los lados, a los pies de las puertas de las habitaciones. Junto a aquella luz la cocina se escondía de un patio ardiendo, una parra pelada y una codorniz enjaulada con quien la gata jugaba al que te doy sin levantarse del suelo, como viejos conocidos de aquella sombra. Tu abuela, enjuta y con el luto a cuestas de decenas de años, se levantó de la silla, echó hacia atrás el velo negro de paseo y me dio dos besos, como aquellos otros de más tarde, sentados en el sofá de skay verde, sin venir a cuento, mientras mirábamos en la tele una de piratas.

Comimos torta de anises y café con leche, como cena de fiesta para el recién llegado. Dormimos en camas diferentes de una misma habitación y cada uno soñamos una realidad distinta. Tu, la que recuperabas después de tantos años, desde aquella huída forzada campo a través mientras las cunetas enrojecían al alba; yo, la ilusión vana de un cortijo con parra y arroyo junto a la era; a nuestra edad, todas las realidades imposibles son sueños al alcance de la mano.

Los Nogueros era como el pulmón verde que decimos ahora, pero en las afueras, pasada la era, bordeando aquel pequeño río que había supuesto al alcance de mi mano. Con el almuerzo sobre las piernas, las camisetas blancas de tirantes marcaban los cuerpos ennegrecidos de los segadores y los nogales se inclinaban hacia la línea húmeda del agua, dándoles cobijo, allí, por encima del pueblo, en la loma que llevaba a Badajoz de nuevo. Años después, en uno de esos viajes con los que escarbas en el pasado, llegamos de nuevo a Los Nogueros y sólo una fuente de piedra, de caño seco, recordaba que allí se limpiaban el sudor de la siega con agua fresca antes de arrojar de nuevo el grano contra las nubes.

De aquel otro viaje trajimos vino blanco de la tinaja, de pitarra decían que se llamaba; el blanco y negro del cine en el patio de Correos, subidos a la leña y mirando entre las cañas verticales de la pared; el calor del baile en la boda de tu prima, en el piso de arriba del Bar Español; y la mirada al infinito del abuelo Manuel, con el traje gris de chaleco cerrado, sin corbata, lleno de años y sosiego.

Por el sur entras al oeste, a Extremadura; por el oeste vas más hacia el norte, a Ciudad Real; y desde esta puerta entras en la memoria, en el sur, donde los olivos pierden su color al despertar.


domingo, 11 de noviembre de 2012

En tu nombre: Queta


Venía amarrada al miedo
los brazos sobre el vientre
para frenar el vértigo del cuerpo
el vértigo del miedo
-o la fuga del escaso ánimo-.

Hace tanto tiempo que vive conmigo
y nunca vi un temblor igual
sino en el temblor de su caricia
la ternura del adiós de siempre
o el abrazo inmediato de otros días.


De cuando en cuando
las vidas van y vienen
o nosotros volamos de país a país,
y en esas horas de equilibrio
desasosiego e incertidumbres
ella siempre está en el final de la pregunta,
en el punto justo del envite
el espaldarazo y soplo de alivio en los oídos.

Descubrimos juntos las hortensias sin olor
y la vida sin agua de las flores,
escuché en silencio su queja
callada y dolida
y vomitamos juntos contra el olvido,
unimos los minutos que nos unieron
y esperamos pacientes el sosiego.

Queta vino hasta la casa
y cambió la luz.
Todavía vivo el resplandor
sobre las horas,
el calor recuperado de esos días.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Uno de los nuestros

La tierra hierve a veces bajo los pies de la sociedad como un volcán a punto de reventar la superficie; los chorros de vapor o las pozas ardientes solo son síntomas, como citas turísticas, de lo que por dentro ocurre. La sociedad hierve a veces como un enorme globo de goma al que miramos sorprendidos, embelesados, asustados, porque aún no haya hecho explosión en nuestras propia cabeza. El mundo y la sociedad poseen mallas de contención y relojes invisibles que permiten soltar presión como si fuese un divertimento o dejar escapar aire para un revoloteo de corto recorrido. Controles propios para que nada se extinga y pueda seguir existiendo.

Berlin 2012.  Ante el monumento al holocausto nazi de homosexuales y lesbianas






Ni las mayores crisis, ni los peores desastres han conseguido hasta ahora, desde aquel ignoto big bang que, dicen, transformó nuestro universo llevándonos hasta lo que hoy somos, no han conseguido echar abajo al refrán gallego de "nunca chove que non escampe" o, lo que es igual, "no hay mal que cien años dure". De cuando en cuando avanzamos, sorteamos las mallas que atenazan el mundo y conseguimos hacer que el aire huela de forma diferente, que las sociedades introduzcan formas de entender, ver y aceptar que algunos tabúes no son hijos de las creencias religiosas ni tampoco descubrimientos científicos. Que, en el fondo, el ser humano es menos complejo de que lo que parece, si le dedicásemos un segundo más a conocerlo. Sería fácil hacer que la sociedad avanzase de forma menos traumática, de que conceptos más profundos que los convencionalismos, como la libertad, la igualdad, la equidad como marco para la justicia real no suenen a discurso político de oportunidad, sino a la base común de nuestra vida en convivencia, tan normales, tan sin excepcionalidad como que los árboles pierden y recuperan las hojas cuando toca, o que cada 24 horas el día cambia en el calendario con la naturalidad de la mano que pasa la página o cambia la tecla del móvil.

Aún calienta el aire de esa explosión aparente que ha significado el rechazo por el Tribunal Constitucional del recurso presentado por el Partido Popular a la Ley que, la presentara quien la presentase, traslada al terreno de lo natural, de lo razonable, de lo humano, la posibilidad de que un hombre y una mujer tengan iguales derechos ante la ley que un hombre y otro hombre o que una mujer y otra mujer para contraer o deshacer su convivencia bajo un contrato civil de matrimonio. Una ley que venía aplicándose desde que fue promulgada hace siete años y que, siete años después de esa fecha, el Tribunal Constitucional ha tenido a bien darle carta de normalidad constitucional. Han sido precisos siete años para quitarse de encima una espada de Damocles que razones políticas, discrepancias, visceralidad, demagogia o conveniencias personales sostenían sobre la cabeza del conjunto de la sociedad,. fuese cual fuera la postura de cada cual respecto a dicha ley.

Con seguridad, la sociedad explosionó antes que sus gobernantes en este país, y son muchos más de siete años los que viene rugiendo esa presión hasta la explosión mediática de ayer. Muchos más años que el tiempo de la copa de cava de hace 24 horas. Porque ya hace muchos más años que la sociedad, norte, sur, este, oeste del país, habían convertido en cultura de civilización lo que era una excepcionalidad para la España oficial.

Con seguridad también hay mucho de carga personal en esa decisión del Tribunal, de particularidades y razones individuales en el posicionamiento de cada cual, aunque estemos acostumbrados a agrupar buenos/malos según quien juzgue a los que juzgan. No hay una razón de genero que pueda socavar las demás razones para la libertad individual. Cualquier homosexual, lesbiana, heterosexual es una parte individual de esta sociedad que a duras penas alcanza cotas mayores de libertad contra vientos y tempestades. Ese contraste, ese choque que llamamos cultural, otras veces ideológico, la mayoría de las veces regado de creencias, es el ruido de hoy ante una libertad reclamada a destajo desde hace tantos años, conquistada a escalones sin desánimo y, al fin, convertida en hecho social por encima de leyes y legisladores.

Hay conquistas tan duras como el pedernal, pero aún por entre las grietas más estrechas, la presión de la vida, de la libertad, hace algunos días más nuestros y menos parte de la negra historia que nos ancla.