martes, 23 de abril de 2013

Navarra: Los socialistas siguen buscando su Santo Grial

La moción de censura contra la presidenta del Gobierno de Navarra, Yolanda Barcina, fue rechazada por el Parlamento al no contar EH Bildu y los demás promotores con la mayoría suficiente y la abstención del PSN-PSOE. Este acontecimiento histórico en la política de la Comunidad foral ha dejado en la retina tres imágenes finales: Que UPN tiene un problema mayor con su presidenta, incapaz de adecuar el partido regionalista al deslizamiento de la sociedad Navarra hacia la izquierda por la crisis y por la desaparición del miedo ante la amenaza terrorista que todo lo alimentaba. Que la mayoría por la mínima conseguida por Barcina en el congreso de hace un mes no ha servido para restaurar la quiebra entre la afiliación ni entre sus dirigentes. Que es cierto, como dice la presidenta, que no existe una alternativa de gobierno al que ella representa, a muy corto plazo, que es al que ella juega.
Yolanda Barcina toma posesión como presidenta frente a su
adversario, el presidente del Parlamento, Alberto Catalán
El escenario político navarro después de la moción ha cambiado, probablemente para muchos años, después de ese triste día histórico. El tono del secretario general del PSN-PSOE y portavoz, Roberto Jiménez, tan agrio y resentido al dirigirse al Gobierno y tan dialogante y sosegado con el resto de la oposición, vaticina el camino sin retorno que los socialistas navarros han emprendido absteniéndose frente a EH Bildu y preparando en la recámara su propia iniciativa contra la presidenta, en espera de que sea apoyada por los demás grupos hasta conseguir la mayoría parlamentaria. Eso si, sin las premuras del nacionalismo abertzale y en coincidencia en este sentido con Geroa Bai de que, cada cosa, a su tiempo.

Publicado en Zoom News. 23 abril 2013

http://www.zoomnews.es/44295/actualidad/espana/centro-izquierda-espera-al-psn-psoe-despues-mocion-censura-salvada-barcina

jueves, 18 de abril de 2013

Beatriz Talegón: "Ni Rubalcaba ni Chacón"


Le pasó por la cara los hoteles de cinco estrellas a los dirigentes mundiales del socialismo; reclama un PSOE con nuevos nombres e ideas y piensa que los escraches de la PAH deben actuar como piquetes informativos pacíficos. Estos días va por toda España sembrando mensajes de paz interna en su partido.

Entrevista publicada en Zoom News. 18.4.2013

¿Por qué hablar del PSE Vitoria si queremos decir socialismo?


Los mecanismos de los partidos políticos son totalmente desconocidos para el común de la sociedad; también lo son para una gran parte de la afiliación de un partido, salvo quienes dedican su tiempo a la política partidaria directamente a través de personas interpuestas. Ese desconocimiento no es en si mismo una cuestión grave porque la vida interna de los partidos no es trascendente ni preocupa durante la normalidad y si llega a la opinión pública es por posibles confrontaciones más personales que ideológicas, porque parece que son las únicas que dan. Curiosamente, son quienes ocupan dichos puestos internos quienes más suelen trasladar a la sociedad la idea de que no hay ideas en juego sino intereses de cariz personal. 
Esta estrategia ha llevado a demonizar cualquier debate público, a castigar el intercambio de las ideas entre la sociedad cuando no hay nombres propios por medio y a amedrentar a los afiliados, reticentes unos y convencidos otros de que no sea de forma pública como de establezca el debate de las ideas, cuando hay la posibilidad de que exista.
Esa afirmación permanente de que los trapos sucios se discuten en casa ha rebajado así el debate político propio al nivel de lo vergonzoso e internamente lo ha limitado a la voluntad acrítica y soberbia de quienes ocupan dichos cargos internos o con actividad pública como representantes de ese partido político.
No es una valoración referida exclusivamente al socialismo español, ni muchísimo menos al del PSE-EE de Vitoria en sus dos agrupaciones locales, que recientemente han renovado sus cargos como cierre de un ciclo congresual iniciado con la reelección de Patxi López como secretario general del socialismo vasco el pasado mes de febrero, en un congreso que ya dio la pauta de todo lo demás.
Ese encierro voluntario en una especie de Numancia aislada y sin futuro vive su cruda realidad cuando la sociedad padece crisis económicas, en sus derechos o en sus libertades y reclama de los partidos voz y orientación. Nos ocurre ahora y nos ocurrió antes. El socialismo encontró en anteriores etapas el modo de estar cerca de esa sociedad maltratada por el terror o por las finanzas y la ciudadanía encontró voz y respuestas con las que identificarse. Hoy, el socialismo deambula buscándose en todos los niveles y sin una fiel coordinación entre lo que se aprueba en cada nivel de la organización.
Repetidamente se pide lealtad a los cargos elegidos en cada congreso o asamblea, pero ese mensaje muere contra el muro insonoro de una sociedad inquieta, que pide agilidad, conciencia, sensibilidad y gestos de diferenciación en un contexto en que el centro se desplazó al lado más descarnado de la derecha, maniatados por arriba e indecisos o sin eco para el resto del mapa del socialismo. Las filas se engrosan con afiliación desconocida y no reconocible y se preguntan al salir “esto que hemos votado ¿para qué era?”, porque las urgencias son poco aconsejables y no las salva el papel anotado en la barra del bar cercano. La desorientación viene también provocada por esta forma de acción política, en la que el voto afín es el único bagaje buscado.
Cuando la afinidad entre sociedad y partidos se diluye, sus dirigentes tienden a buscar las razones de la desafección o las derrotas electorales en la sociedad que “no nos entiende” o en las voces que alertan de ese distanciamiento o la necesidad de estudiar los por qué y el cómo buscar respuestas, partiendo del supuesto de que esa es la misión de un partido y especialmente para aquellos históricamente sensibles a las inquietudes y necesidades sociales. Para la derecha es fácil. Sus partidos sin la estructura sobre la que se soporta el poder. Para la izquierda, las organizaciones llamadas partidos han sido la fuente de conocimiento de la sociedad desde la cercanía, el debate para renovar ideas y formas de relacionarse y, por último, la estructura que impulsa y da cauce a esas otras actividades fundamentales.
Las últimas votaciones en Vitoria para renovar los equipos dirigentes, de quienes dependen la continuidad o no de los propios trabajadores de las sedes, son solo una mínima anécdota por tamaño, tipo de debate posible y nivel ético del comportamiento de la estructura organizativa y política de las dos agrupaciones, más allá de la significancia de los nombres propios que consideraban en riesgo su estabilidad, frente a una invisible debilidad, la del propio partido.
Cuando el concepto mismo de socialismo se convierte en un elemento de voluntaria diferenciación, el debate se traslada a la cronología y procedencia militante de los candidatos, porque esas históricas reticencias entre socialdemocracia y comunismo es un tergiversación real del debate ideológico que se propone, el lógico de ese partido, a sabiendas de que el debate dual y real sólo será posible si lo de decide quien controla la organización hasta ese momento, y no existirá  por tanto.
La incidencia grave de las actitudes numantinas no es sólo que impidan la razón principal de un partido, la discusión y confrontación leal de las ideas, donde se debe respeto a las personas pero no lealtad de pensamiento, esa unanimidad impuesta y ficticia. Su mayor gravedad es que dan la razón a quienes tienen contrastado (Ignacio Urquizu, "La crisis de la socialdemocracia, ¿qué crisis?") que los "aparatos" de los partidos tienden a importarles poco la disminución de la afiliación, prefieren afiliados/votantes antes que debate proactivo pues así el equipo dirigente se siente más poderoso e indiscutido. La supuesta fortaleza de las direcciones es causa de titulares y la debilidad de las organizaciones se profundiza en silencio. Hasta que la sociedad deja de escuchar a esos partidos y más que desafección es alejamiento sin vuelta, fidelidad de voto en todo caso sin implicación partidaria ninguna, que no se busca y más bien se rechaza o, como máximo, se traslada a las redes sociales para compartir opiniones de colectivo seleccionado previamente,
Entender que las organizaciones locales de un partido deben ser meras oficinas de representación política, en las que las decisiones se trasladan como hechos consumados y las iniciativas de debate se consideran ajenas al partido o como adoctrinamiento partidario, es más que una visión pacata de la función de un partido. Es también la anulación de uno de los pilares de la democracia social que nos dimos: los partidos como base de organización política y social. Democracia formal sin estructuras participativas e inquietas es cómodo para las direcciones instaladas en la continuidad indiscutida o "reforzada" desde la acción de los aparatos. También es la vía más rápida para llevar a la sociedad a otro tipo de organizaciones llamadas democráticas y más activas, capaces de ver al menos con generosidad militante que la sociedad cambia a impulsos que los partidos apenas atienden en la doble dirección: su génesis y sus objetivos.
El socialismo no puede plantear, como hace, una revisión del papel del socialismo en la última década desde la distancia como cualquier otra fuerza política ni desde una posición acrítica. El término medio es ese punto en el que la discusión significa participación antes de las medidas que se adoptan o las propuestas que se hacen, una participación más molesta para los dirigentes que para la militancia que lo desea, a pesar de lo que se suele decir.
Es en estas pequeñas asambleas sin especialmente significación numérica cuando aparece la realidad que trae el hecho de que solo sea de forma ocasional y cuatrienal cuando se provoca una confrontación de ideas, aunque el estigma del sectarismo vele esa positiva realidad temporal, cuando no se convierte en una cuestión personal que aleja en vez de aproximar, o  la organización lleve a un encuentro/desencuentro donde 40 de 200 discuten o solo escuchan mientras el resto cruza las sedes hasta las urnas para marchar a punto seguido. Y resalta la intención de que el juicio de la sociedad afiliada no aborde cuestiones políticas o de la acción política, como si el control por ese pequeño grupo sobre la labor de sus dirigentes deba fijarse exclusivamente en las razones del contable.
La sociedad se aleja, pero lo hará más, incluso por parte de quienes ya militan en los partidos, mientras estos activen su afán de registro de nuevas incorporaciones en las vísperas congresuales, encomiable si se extendiese a la totalidad de los mandatos. La labor del socialismo entre la sociedad daría así mucho más frutos que el incremento de fichas, daría el bien de la presencia e incardinación social de los partidos y se alejaría de ese concepto políticamente bastardo llamado clientelismo, dentro y fuera de las estructuras del socialismo, que antes de crecer en estructura se significó por sus ideas y liderazgos.

Artículo publicado en Diario de Noticias de Álava. 17.4.2013


domingo, 14 de abril de 2013

En tu nombre: Guillermina


Bajo el arco de aquella escalera de madera quejumbrosa, una puerta de cristal y un visillo como una niebla daban paso al lugar donde ella estaba. Sentada en una silla de brazos y un cojín en la espalda, recibía los besos de llegada con esa cara lastimosa de los hospitales. Los brazos apoyados en la madera, con las palmas hacia arriba, parecían esperar una bendición o un perdón que no llegaba a esa hora de la tarde. Le separé las vendas de las muñecas y vi con sorpresa que el cuchillo de cortar carne fue más cuidadoso que ella misma, que la mano asustada solo había conseguido calar la piel y rozar las venas y dejar siete surcos de sierra desde la muñeca al antebrazo. Arañazos en un intento de suicidio que clamaba a gritos la tristeza.

Tenía nombre de poema mi dueña Guillermina, Mina en abreviado y coloquial, y cantaba tangos a solas intentado atiplar la voz y la ronquera, con los ojos directos al techo, ahí donde rebotaban cada noche las esperanzas, la inquietud por el corto mañana y la memoria marinera y neoyorquina. Cuando me cogía en brazos al anochecer ya sabía que la jornada terminaba y subíamos a casa de Paloma, la dueña de la finca. Aquella jerezana tierna y flaca como una jamelga hambrienta abría la puerta como si Mina fuese su hermana y yo escapa maullando de alegría a la cocina, en busca de los ripios de la cena.

Las noches de alfombra, en la sala de caireles y lámpara de opalina con forma de flor era el otro refugio de los dos, el de Mina y el mío antes de que Carmen Sevilla anunciase los premios de la ONCE, que siempre caían lejos, a miles de metros de la esperanza. Las dos dormian con el run run de televisor, diesen lo que diesen, hasta que Mina despertaba de vuelta de algún viaje, miraba alrededor con ojos espantados, bajaba la mano y allí estaba yo, entre sus dedos de aquel anillo de oro liso, como una argolla que la ataba con el tiempo. Dos plantas más arriba dormíamos, escalones de madera más pequeños y buhardillas confundidas con trasteros, pero más cerca de la luz y las estrellas que se descolgaban por el lucernario de la escalera.

En aquella buhardilla teníamos el hueco propio, el destinado al servicio desde antaño, con un techo en pendiente hacia Espoz y Mina por donde el agua se despeñaba en aquellos días como un diluvio contra el pecado de las aceras. En aquella manta rosa y marrón que fue y vino de Muros a Nueva York y media vuelta, la gacela oscura brincaba cada noche perseguida por los sueños que aterraban a Mina al acostarse: Mañana, mañana, tomorrow, decía, como si cantara la vieja canción de la radio de cuando servía en la Castellana, con aquellos americanos que la llevaron consigo. Esa gacela me imponía, sus ojos brillaban o tal fueran los míos en la oscuridad y atravesaba toda la cama como un diablo negro venido de las pesadillas. La mano de Mina descargaba sobre mi cabeza cada vez que oía revolverme, déixame dormir, carallo, como si fuese la oración de cuna de cada madrugada.

El cuchillo de puño de nácar atravesó la piel de vez en cuando pero la carne de Guillermina parecía endurecida por los avatares, el recuerdo de la falda corta hasta la estación del Norte, el abrigo a media pierna de su hermana y un sobre cosido por dentro de la blusa con tres billetes de pesetas y uno de tren para la vuelta. Justo enfrente la esperaban, aunque no esperaba ella quedarse allí por tantos años, limpiando escaleras y rincones de un café en crecimiento de metros, gente y basuras. Me lo contaba ella, mirando en los nudillos los meses de frío en la Avenida de Valladolid, con el tren enfrente, siempre a mano, y la cabeza puesta al otro lado del mar. Tomorrow, mañana, mañana pensaba en silencio en cada escalón que recordaba. Del bar a la pensión, 82 peldaños y vuelta abajo.

Esa día comieron empanada, esa que Mina amasaba y rellenaba de cuando en cuando con los hilos de la memoria que su madre le contaba conforme la iba construyendo, antes del horno de hierro, junto a dos hermanos y un padre que miraba fijo desde la puerta del Empire State, donde había aprendido a cargar bultos y hacerse un hueco en los ascensores y a repetir la clave de sol en los botones. Tomate, pimiento y cebolla, bien sofritos a fuego medio y aceite de oliva y dos ajos en lonchas, un poco de colorante y revolver, a un lado de los aros de las hornillas, mientras dejas que la masa se asiente, agua y harina hasta que pida. Después de comer la miré a los labios mientras cantaba la habanera de Muros y los tenía morados, no sin color, sino con otro que no era el suyo. Siguió cantando según cerraba los ojos, dejó caer los brazos, con las manos nevadas de venda y frías como témpanos en la Puerta del Sol. No cabía más vida en ese corazón, era imposible que siguiera contando más veces cómo era el colchón de Castellana a Espoz y Mina y viceversa. Le faltaba una semana para jubilarse, ese mañana de ansiedad que le quitaba el sueño.

El día les pilló a todos en el sofá, cantando habaneras de carnaval y un tango arrastrado que les enseñó tío Suso. Me llevaron hasta la portería, detrás del paño de niebla de los visillos, y volví a mi sitio de siempre mientras comenzaban a recoger todas las cosas de ese rincón de vigilancia, lleno de tuberías de gas ciudad y contadores, una mesa redonda y cuatro sillas con brazos y un cojín de flores. Desenchufaron la televisión como si Carmen Sevilla fuera a salir en su busca y guardaron la ropa en bolsas para un asilo. No quedó nada, ni siquiera las lágrimas de aquella noche. Todo vacío, menos la nevera, un cojín y yo encima, sintiendo ese run run permanente que me amortigua hoy los latidos del corazón y el miedo de gato.