sábado, 25 de febrero de 2012

En tu nombre: Pilar

Costaba saber que estaba allí, al otro lado de la cristalera que dividía el inmenso despacho en cuchitriles para periodistas, un espacio de categoría mayor para aislar señalando a los que aparentemente mandaban algo. En el cristal de aquella pecera parecían sobrevolar tres o cuatro recuadros blancos, que solo ella sabía que eran fotos y algún dibujo infantil o para niños. Siempre casi escondida detrás del cristal y de esas gafas que no pasaban desapercibidas, Pilar cumplía su labor, con una disposición siempre de agradecer,
A la vuelta del cristal, cuando te asomabas a ese espacio compartido, aparecía ella como recién llegada desde la lejanía, de la concentración o de sus pensamientos. Miré una de esas fotos de la cristalera. Delgado, en un primer plano, anguloso, Enrique Sierra saludaba al visitante. No recuerdo cómo lo dijo, pero con lo que dijo supe que era su pareja, que formaba parte de su otra vida, más allá de las notas de Prensa ministeriales.
Cada vez que entraba en aquel despacho él era testigo de esa admiración por esa mujer pausada, cierta. Y yo testigo a mi vez de ese vínculo entre una etapa viva, abierta, inquieta, y aquel entorno tenso, agrio, en que ambos trabajábamos.
Pilar me dijo adiós el día que me tocaba con un cuento, un disco-libro con canciones infantiles. "También hacemos esto", dijo, antes del beso de despedida. Hace pocos días que hablaba de ella, de su capacidad de emocionar en voz baja, de trabajar a brazo compartido, sin ruido bajo aquellos inmensos techos del Ministerio. Hace pocos días leí antes del alba que Enrique Sierra había muerto. Como si me hubiese estallado la cristalera en la cara, la busqué en una red social hasta dar con ella. No soy capaz de verlo a él, en la foto o en este video añejo, sin ver moverse detrás esa sombra de gafas grandes y mirada cómplice.




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