miércoles, 22 de febrero de 2012

A veces la soledad es mentira

Llegó tarde. Comprensible. Viajar de Vitoria-Gasteiz a Pamplona-Iruña en coche oficial, bordear la ciudad hasta mas allá del seminario y acertar con la hora, era toda una proeza. Después de todo, era un pequeño acto publico, sin demasiada afluencia, casi para los allegados leales del socialismo pamplonica. Nada importante, en fin, solo la presentación del candidato a las primeras primarias regionales del PSOE . Y, encima, el candidato era secretario general. Sabia que llegaba tarde, pero el ritual era ese.

Ella era consejera iluminada (por focos y afectos) del Gobierno PNV-PSE-EE, con un nivel de popularidad muy alto en Euskadi y en su mano tenía las riendas del desarrollo económico y cultural del turismo vasco. Era necesario que llegase tarde, sola, en su coche oficial, sin mas disculpas que dar. Todos entendíamos la importancia de la visita. Sola se fue exactamente siete minutos después para no llegar tarde a su cita posterior, con la presidenta del Parlamento foral de Navarra, Lola Eguren, aquella espléndida figura del socialismo de porcelana inventado por Urralburu. La visita institucional era obligada. Y allí se fue sola, como vino, a verse con la otra candidata, pequeño detalle, en aquellas primarias del PSN-PSOE.

Solo años después me la volví a encontrar, de nuevo sola, optando a la secretaria general del PSOE cuando Zapatero les gano la mano o la noche al resto de candidatos/as. Algo más acompañada, circunstancialmente, la observe cuando dió el portazo en la cara de los socialistas vascos en su descenso solitario hacia los colores mixtos de UPyD, donde pasea a hombros de cabreados, reclamados y otros ilustres adyacentes. Sigue mirando desde arriba, desde donde los que andan solos creen ver mejor el mundo. Y sigue llegando tarde -o nunca- a las citas importantes, salvo que vengan gráficos.

Finalmente, ha conseguido aparecer como el ejemplo mismo de la soledad, esa soledad estéril, indeseada, como la nuez que se abre en dos con estruendo para mostrar su vacío, su banalidad. Ha conseguido que todos hablen, mal, de ella. Y ha conseguido que lo imposible, lo imprevisible, se haga verdad, que los más distantes se unan en el comienzo de esta agobiante legislatura para poner en pie al menos la ilusión de la paz futura en Euskadi, a partir de ese inmenso y deseado ruido que es el silencio de las armas de ETA.

Solo El Pais ha hecho un favor mayor que el suyo a los diputados de Bildu en el Parlamento español. Esa página completa de días pasados sobre el transcurrir de su nueva vida en democracia parlamentaria en el Madrid de España ha quedado ya del color daguerrotipo, invariable para el futuro. Una historia que nos gustaría que nos pareciese aún más lejana, más segura. Pero ella, como un nuevo Cagancho en Almagro. Se atrevió con todos. "Dejadme sola" podía haber dicho. Pero dijo " Nada sin mí". Y volvió a paladear el amargor de la soledad.

Sin querer, Rosa Díez -de ella hablo- dio contexto al acuerdo más improbable, extendió una piel de cordero sobre las alfombras restauradas del Congreso y le dio a todos en mano su mejor regalo, el único que le es posible: un nuevo pedazo de soledad. Esa sombra que la sigue, que no puede compartir aunque quiera, ni aun llegando a tiempo a las citas con presidentas socialistas de Parlamento que más tarde, como ella, se echan en manos de las hambrientas tinieblas que rodean la derechas española, siempre una y trina.

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