viernes, 10 de febrero de 2012

Este maldito desconcierto

Frente al recuadro destinado al texto de un espacio, es como si la mente se achicase, se constriñesen automáticamente los pensamientos, se eliminasen casi todos los motivos de la reflexión y sólo quedaran los que parece conveniente citar, por aquello del espacio y la concreción del mensaje. 
Si hay algo evidente de los días que vivimos es la permanente cascada de iniciativas, la ocupación del espacio público, del Partido Popular en su conjunto. No por la originalidad de sus propuestas, sino por su capacidad de estar presentes:  "a lo que estamos", que diría un castizo. 
  • De un ministro de Justicia se espera que el dia de su estreno anuncie las reformas que hará para que la Justicia, como se suele decir, sea justicia. Y que los medios que precisa para ser ejercida se aporten. No se espera que, haciendo alarde de un pretendido progresismo, anuncie el retorno a la caverna ideologica en lo social, justo allí donde escuchan atentos los primados más mimados. Se trataba de hablar de justicia.
  • De un ministro de Economía, o del de Hacienda, o de ambos en una sola persona, se espera que sus primeras medidas contra la crisis tengan la originalidad, la fortaleza y la decisión del recién llegado. Y que la palabra crisis no sea un eje de comunicación para el ambito internacional; también para quienes vivimos con la preocupación a flor de piel de toro. Se trataba de buscar soluciones a esta crisis.
  • De una ministra de Trabajo que anuncia un cambio en la articulación de los derechos y relaciones laborales de este país, se espera que acometa realmente, después de escuchar a los representantes sociales, medidas contra el principal temor de los españoles: el paro. No era previsible que su anunciada "reforma histórica" nos lleve al peor pasado sobre derechos, negociación colectiva, estabilidad en el empleo, que es fomento del futuro, y mejora empresarial. No era previsible escuchar de su boca el fin a supuestas alegrías sindicales, a supuestas alegrías en materia de derecho, basadas en que el franquismo fue proteccionista en materia de derechos colectivos y la democracia no se atrevió a tocarlos. (Parece claro que vivió o le contaron una historia ajena a la de España; habíamos olvidado que se puede mejorar incluso al propio franquismo). Se trataba de hablar de mejora, productividad y derechos laborales. 
  • No es fácil entender cómo algunos golpes contra la base del Estado, el de la dignidad, no revuelven la conciencia de todos al unísono. Pero menos aún se entiende que un presidente del Gobierno que busca la credibilidad ante los mercachifles y mercaderes financieros de por descontado que sus decisiones laborales supondrán la contestación máxima de la sociedad: una huelga general, como quien habla de un corte de carretera por obras en el arcén. Nunca una huelga general tuvo menos consideración, salvo el hecho mismo de no regularla, ni nunca un presidente del Gobierno salió más desnudo de gatera semejante. También aquí se trataba de dar confianza a los mercados y mejorar el ámbito de la empresa.
  • De los jueces y sus máximos representantes cabe esperar defensa del Estado de Derecho y capacidad para, con el mismo respeto que se les concede, escuchar -asumir sería pedir demasiado ante la infalibilidad- la crítica a sus sentencias. No estábamos acostumbrados a ver a imputados bien vestidos y declarados inocentes por un jurado popular, en el mejor sentido de la palabra, presentando tesis doctorales a golpe de trompeta mediática; o a jueces condenados por haber imputado a quienes se preocupaban por la imagen de los doctorandos. Y, quien sabe, si en unos dias, el mismo acusado ya exjuez no volverá a ser repudiado y condenado por haber incoado una causa contra Pinochet, el de Chile, y los cientos de Pinochet que le antecedieron en España. No hay campaña de imagen internacional que recupere ese daño a la imagen de la justicia española. No hay cuestión de imagen. Se trataba de Justicia.
En 1992, en plena campaña electoral Bill Clinton versus Bush, se hizo famoso aquel slogan de "es la economía, estúpido". Solo hay algunas cosas peor que el desconcierto: la incapacidad de actuar frente al desconcierto, la sordera al estruendo interior y exterior de esta sociedad de 2012, la columna vertebral soldada -o peor aún, descalcificada- por una pugna interna inerte ante el grito de "es la política, estúpido".
Después de todo, nada nuevo, como señalaba el economista Paul Krugman en aquella misma campaña electoral en EE.UU: “lo que está pasando es bastante simple: Bush y su partido hablan solamente con sus bases –los empresarios y la derecha religiosa– y son indiferentes a las preocupaciones de todos los demás”. Queda escuchar a todos los demás.

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