miércoles, 7 de marzo de 2012

En tu nombre: Laura

Laura tiene alergias. Un largo rechazo a no se cuantas cosas que la traen a mal traer. Pero con ellos ese rechazo no puede: el sol y el olor a azahar malagueño se pegan a su piel, como una nueva piel, que permanece a pesar de los días y el peso de las noches en blanco.

Tiene 23 años que le han ido cayendo como las hojas de una loca puerta giratoria, con un descubrimiento, un golpe o una caricia a cada vuelta. Estudia. Laura ha vuelto a coger los libros y decidió, en una de esas vueltas de la puerta giratoria, hacer psicólogía infantil.

En el Rubicón de una adolescencia tardía, madura sin querer y con algunos faros marinos destrozados, decidió penetrar en las razones, en los meandros de la mente infantil, por los que ella ha transitado tantos años y tan procelosamente. Saldrá triunfadora de esa travesía, aunque los faros ciegos no consigan atravesar la arena con sus señales.

Laura sabe que no es fácil. Ni siquiera vivir es fácil. No será fácil andar en Andalucía en los próximos años, tan crudos como en el resto, pero más oscuros, más desesperanzados porque en los momentos de crisis los seres humanos se dividen entre los que empujan al abismo y los que advierten de la profudidad del abismo. Y unos más otros pueden invitar a perder la esperanza. A los demás.

Laura ha puesto la esperanza por delante y va a hacer abuela a su madre. Bisabuela a esa vigía permanente que es la madre de su madre, y de paso les hará algo mas felices a los demás, porque su valentía enaltece los miedos de esos otros y su arrojo les pone alas para levantarse de esta lona donde un día les arrojaron desde Nueva York unos desconocidos aprovechando que Dios y Marta Harnecker se habían ido a un evento de la HOAC.

Ya sabe que será un niño, por ahora, lo cual es una alegria para el futuro, cuando vuelva el futuro a su sitio, para no tener que pelear tanto por un puesto de trabajo como iguales entre desiguales.

A Laura le gustaba posar ya en esa época en que las coletas se le rizaban y sus ojos cerraban con coquetería infantil aquellas hermosas pestañas, aunque ya sabía que las sombras que se estaban extendiendo por encima de su piel, como ese olor a azahar de ahora, penetraban por los poros, directos al corazón, donde se esconden por un rato las emociones.

Laura piensa que si es niño, como parece, pondrá un gramo en la balanza desequilibrada de su casa, donde las mujeres pelean contra el odio y arañan la ternura al anochecer.

Laura está feliz de ser madre, de ser niña madre frente a tanta desesperanza. Lo viene diciendo estos días, como un estallido prematuro de vida, conquistada de improviso su condición mayor, la de apostar una vez por dos al mismo tiempo.

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