lunes, 12 de marzo de 2012

Aquella inútil Transición



Han esperado, han tenido que esperar, casi cuarenta años. Esa cifra maldita en la historia peninsular que estigmatizó la libertad en España y dejo hechas cenizas la convivencia. 

Casi cuarenta años de voluntad y anhelo de progreso para la mayoría de la sociedad,
desde que las aguilas negras pasaran a convertirse en gaviotas azules. Casi cuarenta años ha estado la derecha española escondiendo, intentando esconder, su verdadera faz, poniendo al frente a líderes discutidos, soberbios maniatados a la oportunidad de sus intereses o discretos registradores para quien, como para los registradores de España, para todos ellos, los empleados trabajan a comisión, comparten gastos y atienden el negocio. 

12 de marzo de 2012
Los empresarios se convencieron de la necesidad de la unidad como mejor defensa frente a una sociedad en la que aun los trabajadores se llamaban como tales así mismos y se organizaban incluso desde la anarquía. Los convenios colectivos fueron su herramienta para encauzar el embate sindical y Pedro Arriola, hoy asesor, era solo un ayudante de otros navalones, fabianesmárquez, martinferrand o diegosselva. Y aquel blanco chalet de la madrileña calle de Serrano arriba dio a luz una asociación empresarial y puso nombre catalán a un líder que se dejaba, entonces como ahora. 

Escarbaron en el camino de la transición para ir marcando los jalones de su ascenso y siempre encontraron una mano enfrente que poder estrechar de madrugada con acuerdos marco, o por el empleo o consensos interconfederales mientas los "bichitos" del gran escándalo de la colza se comía a los humanos sin tan siquiera oler a la UCD. 

Dejaron crecer el espécimen de que los sindicatos siempre eran convenientes para los empresarios y, en consecuencia, sospechosos. Y así fueron tejiendo la malla que durante casi cuarenta años les ha permitido sumarse al espíritu de la Transición política como uno más y como el que más, sin apariencia ni fe de converso. 

Por eso echaron por tierra esa soberbia inaudita del Aznar mayoritario, antes y durante la masacre que estos días rememoramos, la de Atocha y sus efectos colaterales. Por eso comprobaron con estupor y dijeron que nunca más perderían la ocasión de recuperar las posiciones iniciales que les definieron antes y para siempre. Una inesperada victoria socialista que les retrasaba el plan y los beneficios. Un presidente igualmente débil,  desaparecidos ya los grandes apoyos externos que ayudaban a forjar futuro. 

Por eso Aznar reclamó siempre su delfinato frente a la derecha empresarial, cada día menos nacional y menos oculta la falsedad de su conversión. Por eso Aznar sufrió la afrenta de presidir una Fundacion y clases magistrales mientras los verdaderos herederos de aquella derecha matriz dirigen entidades bancarias o forman filas junto al Secreto Mejor Guardado de Mariano Rajoy. 

Casi cuarenta años después, no han perdido un minuto: extender la amenaza del lobo que viene y esconder que es el lobo quien avisa, mezclado ya entre corderos, ya entre matojos de crisis monetaria, ya entre oraciones de una iglesia que nunca dejó de ser tan española. Y renegar de todos aquellos escenarios de transición que les fueron provechosos y que nos hicieron ser mejor vistos en Europa. 

Han mezclado aristocracia con política extrema, ladrillo con nobleza y han conseguido dar la vuelta al siglo que vivimos, como si cien y no cuarenta años hubiéramos retrocedido. 

No nos costaría mucho decir que la transición fue inútil a la vista de la presente reforma laboral, que resta valor al hombre y prioridad a la mercancía. Lo grave de verdad es que ésa no es toda la verdad. Pero por los pelos que nos dejamos en aquella gatera de ayer hoy no hay otro grito posible que la sociedad española esté dispuesta a escuchar. Cinco millones de parados son su coartada. También nuestro espejo.

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