lunes, 23 de abril de 2012

En tu nombre: Susi

Foto: Juanfago
Miraba hacia el río, y no era el de A Xainza, tan cerca de su casa. En realidad, no era ella, sino una mirada de esas que vemos en la pantalla de cine y nos hace que el corazón de un brinco. Fue así, como cuando se te encoge el estómago de improviso y recuerdas que se te olvidó hacer algo importante. Como hace años al subir a aquel avión y ver de perfil a tía Esperanza, su recuerdo en mi memoria para ser más cierto, porque hacía algunos años que se había ido. Aquel río de la película y la mirada que cobijaba, como un estallido de color y melancolía infinita, me hicieron acordarme de ella.

Cada día mas, conforme avanzan los años, la acumulación de vida, crece esa sensación de peso, de emociones acumuladas, y vives la impresión de no llegar a todo, de que cada día viene predeterminado para el qué o el quién ocupas tu tiempo. Quizás la vida o la edad sean eso, el ejercicio de vivir y seleccionar después, una injusta manera de sobrevivir aparcando recuerdos y nombres .... vida a cada lado del río.

Esa forma de mirar era propia de ella, unos ojos muy abiertos y un gramo de tristeza en el lacrimal, aunque su boca siempre era capaz de surcar la mejor sonrisa, abierta, como sugiriendo un abrazo tierno o un beso cálido. Sentada en la cocina de hierro o en la silla blanca de la huerta, tenía esa habilidad tan especial, la que sólo tienen algunas personas para convertirse en el punto al que todos miramos, hacia el que todos sonreímos, el que nos provoca la mayor y más compartida de las ternuras.

Vive sola, arriba de una loma a las afueras, desde donde mejor se ve caer la lluvia entre ella y la historia de las piedras de esa ciudad que la han hecho espectáculo y esperanza de creyentes. Su casa, como ella, abierta, es un punto de luz absoluto, mientras los versos de Benedetti corren de arriba a abajo por la puerta del frigorífico y en la pared del salón, en una suerte de juego de palabras que sólo él sabe unir y ella interpreta; ficha a ficha, en un dominó en el que todo encaja hasta estremecerte frente a la pared blanca de luz blanca.

Años atrás le compramos un violín, en esa ciudad de piedra, en una tienda oscura que se abría entre calles húmedas y frías, aquel invierno gallego tan lleno de ilusiones. Violín y Susi tuvieron un tiempo de vida en común, como una pareja a tres compartida con las clases y el profesor. Dormirá, como en el poema, en el ángulo oscuro del desván, que es donde ponemos a descansar la música cuando las notas nos quitan tiempo o nos exigen años, demasiados para dedicárselos

No era ella, pero esa expresión era inconfundible: El brillo de los ojos, el mundo reflejado hacia el fondo, y una sonrisa que te abre los brazos como desencajados de afecto.

El rio de A Xainza, que se parte en dos hasta la ria, la alimenta y disimula las mareas, pasa todos los días por junto a su otras casas, las de antes. Arriba, en la loma donde se escuchan las campanadas de peregrinos, Susi es la llamada de cualquier noche de cine que te abre la memoria de sopetón y te estruja el corazón con los dedos de la nostalgia.

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