lunes, 30 de enero de 2012

Savonarola en La Moncloa

Cuando los párpados pesan, es inútil llevarles la contraria. Por eso se dejó llevar, entornó los ojos frente al atardecer de la Casa de Campo y acomodó el cuerpo en el sofá para un momento de reflexión. No supo cuándo llegó el sueño, cuando se apoderó de él, cuándo pudieron más la resaca de la vuelta de Dabos y los seis despachos que le aguardaban, puntuales e inevitables.
El frufru de las cortinas le avisó de que había movimiento en el balcón de la sala. Despegó los párpados con toda la dignidad que pudo, por si era alguien de la secretaría, y fijó la mirada sobre aquella sombra puesta a contraluz de los cristales.
Hirsuto, vestido de paño pardo casi negro hasta los pies y con la capucha puesta, parecía más un contorno que una persona, una sombra que un ser real del que no acertaba a adivinar si estaba allí realmente. Se enderezó en el asiento, dejó a un lado la carpeta de folios impresos y calló, como solía hacer cuando le preocupaba más la pregunta que su respuesta.

Convencido de que era un ser y no su reflejo, esperó a que el visitante comenzase a hablar, a explicar su identidad y el motivo de su presencia en aquel balcón de invierno.
"Has estado nueve años predicando el fin de los tiempos, como yo, tanto tiempo como yo, a quienes te han querido escuchar. Has conseguido tener eco en conciencias inquietas de tu entorno y has logrado imponer tu sentido de la decencia frente al despilfarro, tu criterio sobre un Estado ahorrador y la necesidad de que los vasallos prevean el pago de sus necesidades. Has terminado por convencer a los tuyos de que la educación de hombres y mujeres debe ser rígida y separada y has sabido complacer a los señores cuya experiencia les hacía merecedores de encargarse de esa responsabilidad de educar. Llevabas nueve años anunciando el final de los corruptos, como yo, dentro de la Iglesia y de los funcionarios, de los poderosos y de los débiles de espíritu. Nueve años que a mi me llevaron a Florencia en olor de triunfo y a ti a este Palacio"
"En Florencia conseguí que los villanos y los nobles arrojaran al fuego todos los símbolos de su corrupción, de su dispendio carnavalesco, de todo símbolo que magnificase la vanidad humana. Ahora te toca a ti. Igual que hice, debes hacer: anunciar que el fin de los tiempos de la riqueza aparente acabó, que el hombre debe buscar los medios para educar a sus hijos y sanar a sus mayores; que los caminos son de sus dueños y es preciso ofrecerles el pago del peaje debido, que las mujeres deben atender a sus mayores y dedicar el pago del servicio a alimentarles; decirles, en fin, que el trabajo escasea y que es mejor escuchar con interés y gratitud a los patronos, que conocen mejor cómo hacer las obras, fabricar las herramientas o construir los puentes. Todos estos años pasado de vanidades, de imprevisión, de excesos, de protagonismo de los cabecillas de los peones toca a su fin".
"Has de aprovechar este primer momento, el eco de esos años anteriores, de cuanto dijiste y anunciaste mientras sigan entendiendo tus palabras como profecías. Cuida a los obispos, para que no se vuelvan en tu contra, y pon en marcha a cuantos comparten contigo tus pensamientos para que te protejan y defiendan, a ti y a tus obras".
"Sólo una cosa más. La vida transcurre a lomos de ciclos. No confíes en el fervor de los cercanos, que te deben su sustento, pero menos aún de quienes te alaban en la calle y se regocijan con tus profecías. Escucha mi experiencia: Casi ocho años después de llegar a Florencia, una gran hoguera, como un fogata fuego de celebración, ayudó a convencer a mis conciudadanos de que un nuevo futuro se abría, lleno de esperanza. Sólo ocho años después, ay, yo ardía en esa misma hoguera, empujado por los mismos que me ayudaban a encender la tea hacía sólo ocho años. Y ahora, amigo mío, descansa".
Frunció el ceño, sin dar crédito a aquella presencia, y buscó la carpeta de los discursos, la de la campaña electoral reciente. Buscó afanosamente el que llevaba escrito aquella noche para el debate en televisión. Ahí estaban las claves de cuanto estaba por venir. Le llamó la atención que se mantuviese como el primer día, como si no hubiera pasando el tiempo por sus hojas, y sonrió. Fuese quien fuese esa sombra del balcón, se dijo, siempre nos quedarán ocho años.

1 comentario:

  1. Genial, Aurelio. Ya tienes en mi un ferviente seguidor de tu blog. Ocasión tendremos, como antaño ocurría en aquel, ahora añorado, gabinete de conversar sobre el "estado de la cuestión". Lo cierto es que el panorama actual puede reflejarse en las palabras del gran G. Marx: "parad el mundo que me bajo".
    Lo dicho, Aurelio. Grande, grande !!.
    Abrazotes. Saludos agarimosos.
    Pedro Rial

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