lunes, 16 de enero de 2012

La muerte de uno más

Allí, sentado en una silla verde y fría, junto a la puerta de entrada en la sala de embarque, parecía otro. Doblado el espinazo, sujeto al bastón y con la cabeza gacha, viendo pasar la historia por debajo de las baldosas, parecía otro. Incluso otro de aquel que, sentado en la mesa con el presidente Zapatero, hablaba de incendios no controlados y se venía de espaldas contra el suelo, como una mole más del Valle de los Caídos.
No había expresión en su cara. La ira histórica había ido siendo sustituida por las arrugas del dolor físico o el aburrimiento del entorno. Sólo aquella mano cercana a la suya para ayudarle a levantarse daba fe de que era un hombre, un saco de historia con faz humana.
Ahora que ha muerto, cuando reviven sus voces amigas y los enemigos están o muertos o son convecinos de esta democracia de póster y sonrisa, de nuevo vuelve a ser protagonista, en el capítulo final de su serie,
Galicia le guarda luto y los demás silencio.
En bañador o con la fusta del Movimiento, como embajador o como domador de rebaños sosegados, no es inútil olvidar que, pese a todo, es, era, uno más. Y que, mientras van muriendo, continua ese estremecedor reality de cenizas sin nombre.
Para él, sólo la tumba en Perbes es su calle particular, exclusiva. Los demás vamos barriendo el pasado de los callejones laterales de la memoria.


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