Las guerras tienen sus condicionantes hasta ser guerras (económicos, territoriales, religiosos....) y ponen en el campo de batalla toda la batería ideológica que se esconde detrás del terror. Pero la mecha, la causa real de las guerras, no es lo accidental, lo aparente, sino el profundo desprecio hacia la justicia misma.

Rubalcaba -de nosotros venía hablando- se equivocó como candidato a la presidencia del Gobierno de España. Empeñado en que su verdad fuese la de descubrir la mentira o los silencios del programa del Partido Popular, olvidó que el programa detallado era innecesario, inocuo el ataque e irrelevante su conocimiento. Cualquiera que fuese el color de la corbata elegida o el de la camisa más acorde con el medio televisivo, la identidad del candidato popular es y era un mero accidente, su programa una necesidad técnica y su interpretación como tal un guión sabido. Pero -ay- olvidó también cuáles eran las señas de identidad alternativas, esas que se buscan ahora desde las palabras que buscan un hueco en los telediarios.
Conquistado el poder, es y fue absolutamente prescindible esa necesidad de liderazgo que siempre se ha reclamado a derechas e izquierdas. Ha bastado con mantener la línea recta de los siglos, interrumpida en parte por el avatar Zapatero, recuperar el perfil propio que les identifica y vencer. Y en esa identidad la justicia es un ornamento, como los días vienen diciéndonos, además de Ken Follett: el gobierno del poder judicial para quien lo detenta, la perversión de un proceso con jurado popular en el que la Justicia se ausenta para ir al baño mientras los "conciudadanos" proclaman la falta de sustancia de las sustanciosas pruebas que inculpan al inculpado; la anulación de cualquier avance social conseguido en estos años que se distancie de la línea histórica que les define, la limitación del ejercicio del derecho a la justicia en pie de igualdad para todos .... Pareciera como si sólo hubiéramos estado expuestos a esta realidad en las vísperas electorales. Somos más débiles que antes, si alguna vez creímos ser más fuertes, y además, ahora sí, se va extendiendo esta sensación de estado de excepcionalidad en el que nada importa.
La sin-justicia inflama la economía, la necesidad de una reforma laboral y cual en concreto, la normas bancarias, las obligaciones de los territorios en lo social... La sin-justicia es un hábito antiguo, que no se rompe con un cambio de siglo ni con una guerra. Es que nunca fue invitada a su mesa.
Impresionante la foto...y el texto, claro.
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