miércoles, 2 de mayo de 2012

Mayor Oreja y el pabellón del odio

Mi hermano mayor ya no vive en estado de excepción. Mientras tantos apostábamos por la democracia casi con pantalón corto aún, mi hermano transitaba sin querer por Zaráuz mientras su hijo nacía en Madrid sin poder estar él presente. Era la situación personal derivada de la suma de dictadura, muerte y estado de excepción. Hoy, la vida nos ha intercambiado la geografía y el tiempo parece haber puesto fecha al final de la violencias y todos, ya con pantalón largo y vida menguante, ansiamos la normalización, o la instauración de una vida en común con una Euskadi común, ideas tan antiguas, tan llenas de telarañas, que casi las habíamos olvidado. Tal vez descubrir que detrás de la niebla hay esperanza sea el mejor significado de ese comunicado de hace meses (tan pocos en realidad que parece ayer, tan pocos por deseado que parece un año) en el que ETA anunciaba su renuncia al mayor axioma de toda su historia: defender con muerte las ideas propias de vida.

Como en un punto y seguido, que permite tomar aire para seguir leyendo, en Euskadi y España preocupa cómo avanzar por los párrafos de la historia común  que hay que continuar escribiendo, sin que el relato, que diría el lehendakari, sean tiempos, palabras y futuros distintos y dispares. Por eso se concede tanta importancia a ese mojón en el camino que significa el comunicado de hace meses aunque se espere un paso más, o tres, hasta que diferir no sea delito ni causa de condena a muerte, hasta que convivir sea andar por la misma acera sin cambiar de calle. Por eso se reclama con igual fuerza que se aplique la ley con toda su intensidad y con igual equidad. Que se acaben las políticas excepcionales cuando en la mano se tienen normas que no cobijan lo excepcional.

Mi hermano mayor ya tiene nietas de aquel primer hijo que no vio nacer y entre aquel entonces y hoy la vida se estrecha en una sola línea con una sola palabra: política. Gestionar la realidad en base a las leyes y no la interpretación de excepcionalidad que se le desee dar también en nombre de la política.

Las cárceles españolas han recluido a aquellos que no se querían llamar presos comunes pero pocos reconocían como patriotas armados. La Ley ha contribuido a que esos que ya no les quema el arma en las manos y si la conciencia pasen a la situación de presos comunes sin excepcionalidades, a pura ley. La derecha española que gobernó y la que gobierna ya probó el sabor agridulce de la política cuando la ley obliga y pasó esa prueba con discreción, oportunidad y paz interna.

No se entiende por eso la reacción reiterada, tan conocida como las telarañas que nos escondían el futuro, de Mayor Oreja, que tan bien decía conocer la geografía social, política y sentimental vasca. Sólo la oportunidad de los espacios internos de la derecha española parecen alentarle. Y solo esa razón parece sostener su opinión de que el pabellón del odio se mantenga abierto, como si no recordásemos que justamente la ley es la que nos ayuda a diferenciarnos de las alimañas.

Mi hermano mayor aún recuerda aquella distancia casi imposible entre Zaráuz y Madrid, pero vive con satisfacción la rapidez con que aquella sociedad es sólo un recuerdo que no conviene olvidar, sin que ese recuerdo nos impida revivir, de una vez, esa normalidad que tal vez nunca existió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario