lunes, 2 de julio de 2012

Antes de que pase el día: Miguel Hernandez y el archivero

Hace tiempo que dejaron de disputar por sus huesos, después de que la muerte prematura en una carcel franquista nos quitará un trozo más de aquel futuro prematuro bombardeado. 
La memoria de Miguel emigra a Jaen, de donde llegó Josefina
Hay quien se empeña en que la memoria cultural de este país no sea una nube social de reconocimiento, orgullo y honra compartida, sino una esponja informe que destila sangre permanentemente, hasta que pase a ser nada, ni siquiera memoria. A la memoria de Azaña hecha busto le han situado en la antesala de un WC del Parlamento para que sus señorías se lo miren con una cierta visión histórica de su nadismo y, pasado el centenario de su muerte como ser humano, a la obra de Miguel Hernandez le buscan un hueco en la repesca de los afectos para que su memoria cultural no muera entre los insensibles, alargados, desquiciados bordes de un recorte sin tijera, puro destrozo manual.
A la banca española no le han puesto un tribunal especial como hubiera sido razonable, sino una enfermería aislada de toda contaminación y con un solo tubo de entrada de aire/capital fresco cuyos responsables serán expertos financieros de los fabricantes del aire/capital, evitando cualquier riesgo de nueva contaminación. Y a la obra de Miguel Hernandez le han puesto un ojeador encargado de valorar lo que la presencia de su legado significa para el acerbo cultural de donde esa obra residía hace años: Elche. 
El archivero municipal, encargado de semejante desafío, seguramente habrá determinado que el poema "La palmera" de Miguel Hernández  es mucho menos determinante para el futuro de Elche que la dama de cerámica, que puso a la ciudad en el mapa; o habrá pensado que tanto escrito por leer, tanta vitrina por limpiar, tanto objeto personal almacenado no merece un espacio más razonable que el lugar de Azaña en el Parlamento; que invertir tres millones al servicio de ese señor Hernández no cabe en su lógica, la de archivero, acostumbrado a encajar volúmenes en los anaqueles municipales siempre insuficientes.
Con seguridad, lo del dictamen del archivero no es una argucia de la Alcaldía de Elche, sede hasta ahora de ese legado de un poeta universal. Seguramente su nivel de responsabilidad es mayor que su albedrío sobre ese capital cultural que vive como carga. Esa es la tragedia. Al archivador/ojeador le ha caído encima el marrón de justificar la incuria de sus ediles municipales gobernantes, sea cual sea su valoración sobre el autor. 
Miguel Hernández en su legado se va a vivir a Quesada, en Jaen, donde nació su mujer. Lástima que Saramago muriese ya; hubiera encontrado un nuevo motivo de su ira contra la ignorancia, a la que cabe sumar la ira por la indignidad de esta vacuidad mental que ni quienes les votaron merecen.

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