lunes, 2 de julio de 2012

Antes de que pase el dia: Euskadi y la historia de los pueblos


En los minutos más posconstitucionales, en vísperas de aquellas primeras elecciones democráticas, la Unión de Centro Democrático encargaba a su Gabinete de Prensa electoral el programa de la coalición con la sombra en la nuca del partido único que pretendían. Sumaban, corta/pega, diferentes programas de diferentes partidos con voluntad de centro pero origen y actitudes dispares frente a la dictadura franquista. Todos, eso si, intentando aprovechar el ímpetu de una sociedad ansiosa de libertad.

Parte de aquel trabajo de ensamblaje del vehículo centrista buscaba respuesta, una posible postura conjunta ante aquella dicotomía que denominaban La Europa de los pueblos y la Europa de las naciones. Un trabajoso estudio al parecer para, finalmente, defender la primacía de los Estados sin enfadar a los poderes regionales ya instaurados en la naciente España de las autonomías.

La preocupación política por aquellos días era hacia el futuro, cómo establecer la relación con los poderes fácticos, especialmente económicos, de Catalunya y el País Vasco, sin mover el suelo hasta el punto de provocar a los sables aún desenfundados. Se pensaba que la recién recuperada libertad era suficiente de cara al conjunto de la sociedad y que un programa de desarrollo de algunos derechos colectivos valdría como mejor promesa electoral. Olvidaban en esa preocupación por el futuro español las diferencias sociales y económicas que habrían de surgir con fuerza de forma inmediata en cada territorio y sustentarían la estrategia de los principales partidos democráticos, dormida la ilusión federalista para unos mientras otros desplegaban la ambición independentista por bandera como una confusa mixtura de libertades y raíces.

Era, en todo caso, un tiempo decisivo para el futuro político y social español, el clamor de la libertad en la calle como alfombra de esa transición iniciada hacia la democracia y la convivencia, ahora vemos que con dificultades para el olvido.

Hace unos días, el Parlamento vasco decidía aplicarse una especie de jornada intensiva extraordinaria durante el mes de julio para poner a punto y debatir la batería de leyes que el Gobierno López tiene pendientes de ver aprobadas por un Parlamento que nació antes del anuncio por ETA del abandono de las armas y pendiente aún de un esperado anuncio de disolución de la mano terrorista.

Igual que entonces, la razón del Estado ilumina al Gobierno de los herederos de UCD y amenaza decenios de desarrollo autonómico cuando más poder que nunca la derecha ostenta en las regiones y nacionalidades españolas. E igual que entonces el debate se polariza en algunos territorios entre la bandera de la mejora de las condiciones sociales de los ciudadanos y la bandera del espíritu nacionalista. Hasta el punto de que se impulsa la marca “modelo Euskadi” y el debate lo confronta con el “modelo PP” imperante en casi todo el Estado.

También la sombra del futuro se posa en el cuello de esa jornada prolongada del Parlamento vasco, la continuidad de la actual configuración corre el riesgo de interrumpirse anticipadamente y no por el tiempo que aun falta de legislatura, sino por la presión ambiental sobre el propio lehendakari López y los restantes grupos políticos de ese inicio de transición trasladado desde la historia hasta el presente de Euskadi, donde la violencia fue la nube negra que durante los últimos cincuenta años impidió pensar en el futuro, en el sol de libertad que hace unos meses asoma.

El juego de intereses políticos y económicos ha quedado al descubierto tras la paralización del terrorismo y esa misma situación de esperanza ha dejado desnudos a demasiados reyes. De una parte, las vergüenzas al aire de la insuficiencia parlamentaria socialista, la dificultad para vertebrar desde el Gobierno y con pérdida de apoyo social una Comunidad que nace del compromiso de regar cada día las raíces superficiales de la historia pero no penetra en la tierra común, la que hace país decididamente. El PSOE ha soportado a duras penas las tensiones federales en su historia, pero ha hecho mella, aunque desde la minoría política, en el suelo rocoso de Euskadi planteando un modelo fiscal que no es menos de Euskadi pero sí más equitativo y eficaz .

Las vergüenzas al aire también de la cobardía política de los populares, que deciden escapar a cualquier responsabilidad de Gobierno en la actual situación,  y descubren la eterna impostura de su discurso autonomista en cuanto Madrid aprieta pero mantienen el apoyo en Catalunya a la derecha nacionalista de Convergencia y Unió, como una bicicleta de piñón trucado.

De otra parte, las vergüenzas al aire del nacionalismo asustado por quienes reclaman sin armas independencia, arrebatándoles el argumento histórico de la defensa de los pueblos frente a los Estados, y desorientados ante la evidencia de que la historia es posible sin ellos.

Finalmente, las vergüenzas al aire de quienes tanto les cuesta vivir sin las manos sujetas al hierro, de convivir sin techos negros por encima y a quienes los ciudadanos y el apoyo del nacionalismo económico les pusieron en las manos una responsabilidad mejor, la de gobernar, defraudada no por los aprendizajes, sino por ese hábito tan interiorizado de la imposición.

Decía recientemente la consejera de Trabajo del Gobierno Vasco, Gemma Zabaleta, que “hemos pensado más en lo que ha pasado que en lo que está pasando y lo que ocurrirá en el futuro”. Tal vez sea hora de dar por cerrado el pasado como obsesión, advertir que el presente se queda pequeño. Y que, incluso electoralmente, el futuro apuesta por los pueblos, por el bienestar y por poner fin a esta transición hacia la libertad, aquel valor superior que defendíamos en las primeras elecciones generales mientras UCD perdía su futuro entre los papeles sobre el modelo de Estado sin advertir que el país caminaba irremisiblemente sin ellos.

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