En este San Fermín de 2016 se revive un viejo juego que
cambia de protagonistas casi cada año y que, al parecer, ya forma parte del
programa de festejos, además de los encierros. Un juego entre alcaldes en este
caso: el que lo fue por UPN, Enrique Maya, y el actual, Joseba Asiron, de Eh
Bildu.
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Foto Reuter |
Por lo pronto, este año en el balcón del Ayuntamiento
pamplonica no ondeó la bandera abertzale, la ikurriña, sobre la que se
vierten todos los amores y odios. Todos se agarran al palo de ese símbolo para
izarlo como en la conquista del monte de Iwo Jima, o para hundirla como emblema
de un país deseado.
Eh Bildu ha dejado un mástil vacío por si la bandera de
Euskadi vuelve como emblema de esa patria vasca ensoñada que englobaría, entre
otros territorios, al de Navarra. No han podido obviar una Ley de Símbolos ni
el criterio de un Tribunal Superior de Justicia de Navarra tan sutil en otras
ocasiones, como los “casos” que afectaron a la exalcaldesa y expresidenta
navarra, Yolanda Barcina No es probable que este conflicto por una bandera
llegue al Tribunal Supremo, en el que el TSJN delega sus funciones para los
aforados y se apoya en un Estatuto de Autonomía nunca votado en el caso de
Navarra.
El ex alcalde Maya acusa a su sucesor abertzale de llevar
en su ADN el por qué de su idea de imponer la ikurriña en los balcones de la
capital navarra, y el alcalde habla de la necesidad de representar todas las
sensibilidades en esa tribuna festiva desde la que San Fermín saluda al mundo
con un cohete. Por rojo y por blanco, Pamplona se convierte en estas fechas en
el bastión, en el resumen acelerado, de las batallas ya conocidas entre el
nacionalismo vasco y el nacionalismo (?) navarro. Curiosamente, esa “finezza” de la sensibilidad ciudadana
sobre su identidad y pertenencia que demuestra EH Bildu no se corresponde con
otras más responsables sobre la vida y la muerte, de las que cada día se habla
menos, y que son las que le están pasando la peor factura electoral: el
alejamiento de los votos.
Miguel Sanz (UPN), como ahora la presidenta Uxue Barkos
(Geroa Bai), han buscado la fotografía de la concordia con los sucesivos
gobiernos de la Comunidad Autónoma del País Vasco, lo que siempre sirve para recordar que,
siendo distintos, siguen siendo vecinos. Tal vez la íntima relación de Geroa
Bai con el PNV valga para achicar ese foso entre las dos Comunidades, mientras
la izquierda abertzale que ha subido al poder en Navarra espolea las relaciones
políticas con ese agrio e inútil capítulo de los símbolos.
Es igualmente llamativa la indiferencia que, en este
sentido de los símbolos patrios, muestran los antes destacados dirigentes de
Euskadiko Ezkerra, hoy “subsumidos” (Idoia Mendía dixit) por el PSOE de Euskadi (PSE-EE) y el PSOE
de Navarra (PSN), o retirados ya por puro cansancio de predicar en el desierto.
En PSOE de Rubalcaba abrió en aquella reunión de Granada su apuesta por la
federalización del estado español e insiste sobre esta tesis ahora que el PP ha
revolcado las expectativas de un gobierno progresista. Sólo el nacionalismo
vasco reabre en Navarra el debate y sólo UPN se convierte en adversario,
nunca en defensa de un estadio social y político mayor, sino para defender
la dignidad de los colores de cada cual, ese ADN institucional que el tiempo, como el sol, va
desgastando por la sinrazón y les va alejando del poder.
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