miércoles, 21 de agosto de 2013

Hablando de Mario Onaindia con un gintonic en la mano *

Te das cuenta a veces de que, por mucho que quieras, no consigues saber cuanto necesitas, todo lo que los demás ya saben, para poder convivir con ellos como uno más. No por eso lo que sientes y piensas vale menos, pero crees estar compartiendo el significado de los días o los lugares y no; los demás conocen el entorno y el contexto y para ellos es un dato sin más cuando para ti ese dato es la clave de tantas cosas.
He estado aguardando hasta hoy para contarlo porque esa fecha si la controlo. Hace meses que venía siguiendo a Gaizka Fernández Soldevilla en las vísperas y en las presentaciones sucesivas de su libro “Héroes, heterodoxos y traidores. Historia de Euskadiko Ezkerra (1974-1994)”. También se podría haber titulado “La izquierda vasquista, de ETA al PSE-PSOE” o, como recordaba aquel reportaje, “Diez años sin Mario Onaindia”, los que ahora se cumplen, este mes de agosto de 2013. A Gaizka, cada vez que le he visto presentar su obra, le abruma tanto la cantidad de historia que se acumula en su cabeza como el reparo de resumir en 10 minutos cuanto hay escrito o investigado. También a Gaizka se le salta a la cara esa ternura del escritor cada vez que presenta un libro, como si fuese el primero siempre, y la del autor que ha enzarzado su búsqueda con sus sentimientos personales.
Esa tarde en Zarautz bajamos al sótano de aquel bar y cambió el escenario a sala de exposición, todo blanco, para volver a escuchar, por segunda vez en ese caso, cómo fueron los héroes de aquella aventura incierta llamada Euskadiko Ezquerra, por qué fueron heterodoxos cuando la violencia cegaba la idea y la política era fuego. Y por qué lo de traidores. Es difícil declarar un día que ya no somos presos de nuestra propia vida y que renunciar a ella es el heroísmo mayor, que incluso nuestros errores contribuyeron a llegar a aquí y que ahora podemos empezar a mirar hacia atrás reconociéndonos en lo que fuimos.
En aquel sótano-sala de exposición no dejaba de intimidarme la seriedad uniforme de cuantos habíamos acudido allí, al bar “Zazpi” (Siete), con un gintonic en la mano, un rato de espera ansiosa y la sonrisa constante de Esozi Leturiondo. Nadie pestañeaba cuando se oía decir que no ha habido un nacionalismo heterodoxo después de ETA poli-mili, que ”la VI” ni se acordó de las víctimas o que Euskadiko Ezkerra no se ha jubilado, sólo se ha ido desgranando en pequeñas utopías de aquella utopía mayor. Los “euskadikos”, decían, son héroes pequeños, no grandes patriotas y si aquella transición se hubiera hecho bien viviríamos mejor. Aquel fin extraño de Euskadiko Ezquerra en el seno del PSE fue, decían, el preludio de la ruptura posterior que tomó nombre de Lizarra.
Se hablaba de esas nanas para dormir niños que hablaban de la vuelta de un padre preso por “vuestro futuro” y se afirmaba que lo más reciente de Aiete es “la visión rosa de la violencia”. No se cree que nadie en Bildu esté aún inmerso en su propia transición democrática, sino ejercitándose para asumir la herencia. “Todo menos adjurar de su pasado”, decían que decía Pernando Barrena. En ese encuentro con la historia, allí, debajo de la barra del bar “Zazpi” de Zarautz, se tenia la seguridad de que la historia no se borrará a base de vecindad y olvido
A la derecha, Esozi Leturiondo, viuda de Mario Onaindia.
A su lado, Gaizka Fernández Soldevilla, hstoriador
Tal vez hubiera sido mejor saber, antes de entrar, que aquel bar era el “zulo” antiguo del debate, la vieja sede donde se trazaba el futuro desde un presente discutible y discutido, las paredes que cobijaron las mejores y las peores decisiones de Euskadiko Ezkerra, hasta su desaparición desde el éxito moral sobre la violencia. Fue mejor así, porque, al menos, nos permitió decir que el fin de EE en el PSE no era lo que EE quería o que los vientos centralistas saltan por encima del Nervión cada madrugada.
Se entiende todo mejor cuando escuchas decir cómo los “nuevos viejos traidores”, valga la expresión, se han recogido en Bildu. Cientos de muertos y heridos para conseguir lo mismo que perseguía Euskadiko Ezquerra y la renovación estratégica del desaparecido y nunca encontrado "Pertur": Practicar en la democracia aunque sea para destruirla, propugnaba.
Esa tarde algunos aprendimos que la intuición no se equivoca siempre, que aquellos votos perdidos de hace décadas buscaban un destino común, mientras en Euskadiko Ezkerra iban aprendiendo democracia el partido y la gente.
La aprobación del Estatuto de Guernika nos pilló bajando la Rambla de Catalunya, en Barcelona y en esa tarde de Zarautz aquel gintonic aguado nos ayudó a digerir que el Tzaspi, la Fundacion Mario Onaindia y la Casa del Pueblo del PSE-EE era todo uno, a fuer de hetorodoxia.

* En este fin de agosto se cumplen diez años de la muerte de Mario Onaindía.

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