jueves, 8 de agosto de 2013

Don Manuel

Tenía por costumbre no dejar hablar de él fuera de la mesa, donde se encogía hasta convertirse en uno más. Apartaba las migas del mantel a un lado sin rozar aquellos puños de camisa, dobles, que alguna vez llevaron gemelos y fueron de otro: inmaculados, llenos de finos hilos blancos en el borde que contaban lavadas a cientos y lejías por litro entre unos puños de mujer para casi todos desconocida. Comía despacio, deshaciendo el pescado con las manos como si estuviese preparando los trozos de la hostia blanca para dar la comunión. Hasta eso era una parte de su hábito, de su rito colectivo, siempre con ese “todos los demás” en la boca que nunca le incluía a él por voluntad propia.
Te desengañaba todas las teorías sobre la púrpura y el boato de la iglesia que solfeábamos con la rojería a flor de piel cuando llegabas a la puerta de la casa del cura, al lado de la iglesia de los Remedios, un banco de madera, una mesa de despacho, una silla y una cama de 90 en un lugar recogido era todo, como aquellas casas de maestro de los años 50, con el brillo chillón del pino barnizado. Allí, alrededor de esa mesa, se agolpaban todas las historias silenciadas de Estepona, la suya incluida, ahora si, del sueldo que daba a una familia para que sus dos hijos estudiasen a cambio de lavarle y plancharle la ropa, y le pusieran en condiciones esas botas de media caña que alguien le regaló para invierno y verano
Ya lo conocían bien, sabía cómo era. Desde aquella noche que se enfrentó al obispo de Málaga y durante semanas  intentó hacerle la vida imposible desde la COPE por negarse a decir la misa del aniversario de la muerte de José Antonio, ya muerto Franco. Una noche entera escuchando los portazos de los coches de policía que no pudieron mostrar de otra manera su saña. Poco tiempo antes era la compañia fija de los camioneros malagueños en su huelga salvaje. Camino de la cárcel, como uno más del piquete, se alegraba de “disponer de más tiempo para leer esa nueva Biblia que me han enviado”.
Elegido el pescado de los cubos en Casa Antonio, en la playa de Sabinillas, don Manuel esperaba el plato mientras desmigaba el pan y hablaba de esa universidad que Málaga necesita para darle una salida al menos cultural a la gente del paro, el mal periódico del mar y el permanente de la tierra. No era suficiente haber creado un barrio, el barrio del Cristo, para pescadores ni rezar durante cincuenta años en aquella iglesia del alto del pueblo, rosario de geranios reventones arriba por las esquinas. Un sueldo de cura no era nada frente a esa realidad, ni la palabra de la misa el bálsamo de fierabrás debajo de ese cristo suspendido, desnudo, sobre el altar, una piedra desnuda dentro de una iglesia encalada hasta hacer daño a los ojos y sin una imagen que te distraiga de la historia principal, la de aquel colgado hacia el que don Manuel levantaba las manos pidiendo ayuda.
Con un pie en la parroquia y otro en la vida, don Manuel era el resumen de aquella ideología de la Izquierda Democrática de Ruiz Jiménez de tan poco éxito, salvo el personal, o la preocupación reciente que se veía en los ojos de Pepe Chamizo, que ya no es Defensor del Pueblo desde un cargo de esa Andalucía que por arriba viaja a la deriva y por debajo va juntando como puede los pedazos de una vida normal tan imposible. Todos ellos tuvieron o tienen ese toque pausado, ese gesto reflexivo antes de que la palabra salga. Uno, don Joaquín, quería que la iglesia, como la de la COPE DE entonces y ahora, formase parte del gobierno de la democracia diaria. Otro, don Manuel, le preocupaba el dia a día y contar con Dios aunque no con la Iglesia. Y otro, don José, Pepe, ocupó un despacho desde el que lanzar dardos a la política que no creía en dios ni la iglesia o abusaba de su nombre en vano.

Don Manuelnos guió por ese callejón del bienmesabe de Estepona y en cada puesto había un adiós, como una oración diaria en voz baja
El sol traicionero de aquella tarde te llevaba calle arriba hasta los Remedios. Doraba los rayos sobre el lomo negro de esa escultura en hierro, la de un cura negro de cara inexpresiva y sotana al viento. Sotana, ausencia, puños nuevos… A los hombres a veces nos cuesta entender las obras de otros hombres. Pero cuesta más aún entender el desconocimiento.


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