domingo, 5 de agosto de 2012

Sólo un momento: No te mueras

Como todas las hijas de puta, la muerte llega a destiempo siempre, en el minuto justo en que estás pasando hoja, revisando un periódico digital para decirle adiós al día. Tiene estas cosas la muerte, no dejarte un día en paz ni una noche con una ausencia que echarte al corazón.

Foto: Uly Martín. El País
Odiamos la esquelas, porque son como espejos pequeños en las paredes, donde hay un nombre cualquiera escrito, hoy es ella, mañana puede ser cualquiera, incluso uno mismo, que importaría menos. Pero esa saña de la guadaña, siempre insoportable, cruel, se hace más dura algunas veces. En el cuerpo llevas esencia de muertos ya no reconocibles por la memoria, y vivos que se van alejando en el tiempo hasta descolgarse por la sábana de la parca sin hacer ruido y sin que uno se de por aludido. Otras veces, como la de esta noche, te han robado un pedazo de ti mismo, te han cambiado de lugar los huecos de la memoria en los que vas guardando esa parte de ti que cada mañana te permite levantarte, la que te hace reconocerte; decía eso, que en veces como esta te arrancan algo de ti mismo y se llevan las llaves del almario.

Aquella noche en el Florida Park de Madrid, en el corazón del tiempo franquista y el parque verde de Madrid, cuando salía hacia de madrugada hacia Atocha iba con la convicción de que nunca olvidaría aquel encuentro, tu a tu, un aprendiz humano ante aquel monstruo de ojos preparados para emocionar con la voz y el gesto, aquellos inmensos brazos llenos de mundo y leyenda y un inmenso corazón ahora parado.

"Señora Chavela" publicaban en el periódico días después. Y ahí se quedó amarrada para siempre, en la contraportada, como cierre a todo lo importante que pasara en el mundo y comienzo de un futuro mejor y menos gris. Así ha venido todos estos años, hilvanada con el verde del Retiro, la luz de las pocas farolas y aquellas notas en voz baja antes de comerse el mundo a brazos llenos.

Los recuerdos tienen estas cosas. Reviven cuando los llamas o cuando te asaltan frente a la televisión o internet, como ella saltaba hasta la garganta con la llorona de cada vez y el vámonos pegado en tus oidos. Nunca acaba la vida de sorprendernos. Ni siquiera la muerte casi anunciada de estos días deja de ser un aguijón inesperado sobre el tatuaje imborrable de aquella noche. Pero la eternidad existe, va de uno a otro memoria en mano, extendiéndose como ese poncho rayado sobre las sombras del tiempo. No te mueras tu.

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