Si no has perdido la vista con la espalda
plateada del Apóstol Santiago o la
respiración con el olor del incienso y si ya no tienes que conquistar más
indulgencias plenarias a golpe de cepillo en la catedral, sal a la Plaza del
Obradoiro y, seguramente, en un bar cercano vas a encontrar respuestas a
casi todas las preguntas que tal vez nunca te has hecho sobre la historia de
Galicia, la actual y la menos reciente. Que falten menos de 90 días para las
próximas elecciones gallegas, coincidiendo con las del País Vasco, te parecerá
un dato insignificante porque ocurren a menudo, pero tiene la virtud de la
radiografía: ver el interior de tu cuerpo sin asustarte, al menos que alguien
te advierta de las sombras inesperadas.
Muy cerca de allí, de la escalinata que baja
frente al imponente Palacio de Raxoi que ocupan la Xunta de Galicia y el Ayuntamiento,
encontrarás todavía un kiosko de periódicos en los que anuncian la marcha de
Manoel Beiras de la política gallega, con el calendario electoral pasando hojas
como un vendaval en la Costa da Morte y el agua arrastrando por las calles una
gran parte de su propia historia diaria, siempre en construcción, igual que las
nuevas ruinas de los apartamentos nunca vendidos que duermen entre eucaliptos y
cenizas.
(Foto diario "ABC") |
Este Beiras -el Kruchev gallego del zapatazo,
por si no lo recuerdas- es ese monje grande de lino y cabellera blanca que te
puedes encontrar subiendo por cualquiera de las calles empedradas de Santiago,
un peregrino inconfundible por ese tortuoso camino sin señalizar del nacionalismo
gallego. Seguramente si su padre no hubiese impulsado con otros el Partido
Nacionalista Galego, aquel movimiento, más que partido, que algunos
intelectuales renombrados llevaron en andas desde las vísperas de la guerra
civil, el ya ex líder de ANOVA (antes Encontro Irmandiño, antes nuevo PNG)
hubiese buscado otra forma de albergues más realistas o él mismo hubiese
elegido mejor sus propios compañeros de procesión. Tal vez también le marcase
haber nacido en Brión, en los valles rurales que rodean Santiago camino del
sur, ese territorio de brumas en septiembre donde algunos llaman Brión al
monstruo de los peores sueños familiares, Urdilde a la princesa enclaustrada y
Bertamirans es el príncipe azul de los besos.
Hoy todos esos pueblos son especulación y tejados
rojos en los montes, pero a ese lugar casi mítico en la historia política
gallega se ha regresado Beiras después de dejar en manos de otros la
candidatura a la presidencia de la Xunta el mes de septiembre. Atrás ha dejado un
intento de gobierno bipartito con el PSOE gallego que no le dejaron compartir,
un movimiento escindido entre mareas y bloques destruidos, una derecha antigua
a la que los nacionalistas moderados pero republicanos se quisieron enfrentar
desde la inteligencia y fracasaron, y una nueva derecha reinventada en mil
nombres, todos ellos con la misma coraza de religión y poder, sin brillo pero
la misma que cubre la espalda del santo patrón.
(Ilustración diario "El Español") |
Nadie como Manoel Beiras Torrado conoció la
esencia de esa derecha gallega que Manuel Fraga consiguió aunar traspasando los
límites territoriales, en un alarde de prebendas y venganza, que allí la
política camina por ese doble carril de hierro. Nadie como el ex líder
nacionalista ha mantenido el pulso contra su entorno y el de enfrente y,
posiblemente, nadie volverá a dar un zapatazo más sonoro y menos dañino para el
Parlamento de Galicia. Desde aquellos días en que la cultura quiso poner un
traje político a la saudade, sólo
Beiras ha sobrevivido a sí mismo con sus idas y venidas, un Moisés bajando del
Sinaí de Monte Louro o del Gozo que siempre dejó tocado algún becerro de oro
aunque no impidiese la ceremonia. Si alguna vez hubo un conato de liderazgo
transfronterizo más allá del Miño, sólo él, al que le sobraron maneras, y
después Francisco Caamaño –el silencioso tallador de las medidas sociales de
Zapatero-, al que le robaron respaldo, pudieron haber aunado la cabeza de la
procesión contra la más profunda de las derechas españolas.
Cuando salgas de la catedral y pises en
Santiago de Compostela las calles cubiertas de nubes o casas, acuérdate de
Manoel Beiras, el profeta al que sólo le faltó acertar, y lo que Castelao dejó
escrito hace tantos años, sin conocer al que ahora se va: “O valor das coisas nao está no
tempo em que elas duam, mas na intensidade com que acontecem. Por isso existem
momentos inesquecíveis, coisas inexplicáveis e pessoas incomparáveis”. (“El
valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con
que suceden. Por eso hay momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas
incomparables").
Castelao, Risco, Fabeiro, Pedrayo o Cunqueiro,
impulsores de aquel Partido Nacionalista Gallego (PNG), miran sorprendidos a
Beiras en su marcha y ninguno da un céntimo porque esta nueva soledad de Brión le
vaya a durar más que el sino de fuego y derecha que se repetirá en septiembre.
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