Gaizka Fernández
Soldevilla: “Héroes, heterodoxos y
traidores. Historia de Euskadiko Ezkerra (1974-1994).
En este país, el vasco, los héroes recientes suelen ser víctimas, como
se dice, de un terrorismo u otro, depende desde donde se mire. ¿La historia de Euskadiko
Ezkerre es un alarde de heroísmo, de supervivencia en una sociedad rota, o un rastro
menor mitificado?
Gaizka Fernández Soldevilla y José Luis de la Granja |
Un héroe es un personaje que ha sido
idealizado, mitificado, que un partido o un movimiento ha construido como
símbolo viviente. Si muere por una causa, además, se transforma en mártir. Normalmente
son utilizados como modelos de emulación, para que los creyentes los imiten. Eso
es muy evidente en el caso de los etarras, como bien ha estudiado el profesor
Jesús Casquete. En mi libro, y de ahí el título, dedico algunas páginas a
investigar cómo Mario Onaindia, Teo Uriarte y tantos otros etarras fueron
considerados héroes en su momento, pero en cuanto se salieron un poco del guión
pasaron a ser vistos como traidores. ¿Por qué? Porque en el imaginario maniqueo
de la “izquierda abertzale” solo hay
cabida para dos categorías: nosotros o ellos. Y, como hilo conductor, el odio.
De ahí provienen muchos de los grandes problemas de la sociedad vasca. De los
que tuvo y de los que sigue teniendo. Mi colega Raúl López Romo lo explica
perfectamente en nuestra obra “Sangre,
votos, manifestaciones”.
No creo que los euskadikos fueran ni
una cosa ni otra, ni héroes ni traidores. Tuvieron el valor de evolucionar en
una coyuntura en la que era más sencillo callar y seguir la corriente. Esto
tuvo un coste a nivel personal y social que hay que reconocerles.
¿Qué rasgos principales definen ese “nacionalismo vasco heterodoxo” que
usted menciona en su libro?
Aunque Juan Mari Bandres fue el
primero que empleó ese término, ha sido José Luis de la Granja quien acuñó el
significado del nacionalismo vasco heterodoxo. Esta débil y discontinua
corriente se ha caracterizado por una serie de rasgos
político-ideológicos. En primer lugar, el suyo es un nacionalismo no aranista,
que rechaza la mayoría de los dogmas del fundador del PNV (los mitos
históricos, el antiespañolismo, el clericalismo, el antimaketismo, la estructura confederal del País Vasco, etc.). Así,
su concepción de la nación es voluntarista, subjetiva, integradora y
pluralista. No obstante, los heterodoxos siguen considerando a Euskadi «la
patria de los vascos», por lo que tampoco pueden ser calificados de
antiaranistas. En segundo término, generalmente se han ubicado en la izquierda,
ya sea en posiciones liberales (ANV) o socialistas (ESEI y EE). Tercero, dichos
grupos se han aliado preferentemente con partidos vascos no nacionalistas, con
algunos de los cuales incluso se han fusionado. De igual manera, han rechazado
cualquier frente abertzale excluyente.
En cuarto lugar, el objetivo político prioritario de los heterodoxos ha sido
lograr «una Euskadi autónoma en una España democrática», ya que consideran que
España no es «el enemigo» ni el «Estado opresor», sino una realidad histórica y
plurinacional dentro de la cual el País Vasco puede encajar manteniendo su
personalidad. Así, han sido los más firmes partidarios de la solución autonómica,
renunciando al horizonte independentista o relegándolo a la pura retórica.
Además, han sido las únicas formaciones abertzales
que han aprobado una Constitución española (ANV implícitamente la de
1931 y EE expresamente la de 1978, aunque con diez años de retraso).
El nacionalismo heterodoxo
nunca ha logrado consolidar un espacio político propio. Siempre ha estado
tierra de nadie, encajado entre el PNV y el PSOE y su papel se ha visto
reducido a ejercer de «bisagra» entre ambos. Por eso socialistas y jeltzales han terminado por absorber los
restos de estas fuerzas tras su declive electoral. A pesar de todo, su fiasco
político no debe ocultar los méritos de los heterodoxos, como su contribución a
la modernización y democratización del nacionalismo vasco, su papel en la
vertebración de Euskadi y, por último, su actividad a favor de la solución del
problema vasco, incluyendo la integración pacífica de Euskadi en la España de
las autonomías. De la Granja ha clasificado
como abertzales heterodoxos a algunas personalidades de la Restauración (Francisco
de Ulacia, Jesús de Sarria y Eduardo Landeta), a la ANV de la II República y la Guerra Civil, a ESEI durante la Transición y a la EE resultante de la
convergencia entre EIA y el EPK de 1982.
Tantos años después ¿la libertad sigue teniendo precio?
Por desgracia, en Euskadi la
libertad individual, la conciencia crítica, la defensa de la pluralidad, la
apertura intelectual o incluso el trabajo científico han tenido un alto precio.
Por eso muchísima gente no ha estado dispuesta a pagarlo y ha preferido mirar
hacia otro lado ante todo lo que ha pasado. ¿Cuántos ciudadanos han disfrutado
de la prosperidad mientras a su vecino lo insultaban, lo agredían, lo
silenciaban, lo mandaban al exilio o lo asesinaban? Decía Mario Onaindia que el
problema vasco era la falta de piedad. Desde luego, ha sido uno de los muchos
problemas de los vascos.
Desde que ETA anunció el alto el
fuego ese precio ya no se paga en sangre, como había ocurrido durante décadas,
pero sí en otros planos, como el social, el laboral, el cultural, el mediático,
etc. Hay mucha gente que ha quedado injustamente postergada en el País Vasco o
se ha tenido que ir. Y también, hay muchos vascos cuyo pasado ha sido borrado
o tergiversado, algo que nos preocupa a los historiadores. Si no lo evitamos,
como en la novela “1984” de Orwell, dentro de unos años el nacionalismo radical
habrá rescrito la historia a su imagen y semejanza. En ello están.
Como historiador, mi papel es
intentar que se sepa lo que ocurrió, con sus luces y sus sombras. Cromwell
exigía a sus pintores de cámara que le retratasen con verrugas y todo. Eso es
lo que me he propuesto con este libro. Es la única manera de desterrar los
mitos, las mentiras interesadas y el relato de un supuesto “conflicto vasco”,
que es el eje sobre el que ha pivotado aquí el odio y, por ende, el terrorismo
de ETA.
Tantos años después, ¿son más necesarias para el PSOE y el PSE las
siglas EE de Euskadiko Ezkerra?
EE tenía ciertos rasgos característicos
que el PSE no supo aprovechar, como su vasquismo o su funcionamiento
democrático y horizontal, que no tenía parangón con ningún otro partido
político. Aunque se quedara con las siglas, el PSE-EE desperdició la mayor
parte de la herencia de EE, al igual que no fue capaz de integrar a muchos euskadikos experimentados. A estas
alturas, las siglas sólo tienen valor sentimental. Probablemente las nuevas
generaciones ni siquiera sepan lo que significan, pero probablemente al PSE-EE
le resultaría útil recuperar el contenido de EE de cara al contexto político
actual. La política tradicional está tan desprestigiada que un giro así tal vez
funcionase. Pero una renovación de esas características, que no deja de tener
sus riesgos, depende de la voluntad de los propios socialistas vascos.
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