La memoria de Miguel emigra a Jaen, de donde llegó Josefina |
A la banca española no le han puesto un tribunal especial como hubiera sido razonable, sino una enfermería aislada de toda contaminación y con un solo tubo de entrada de aire/capital fresco cuyos responsables serán expertos financieros de los fabricantes del aire/capital, evitando cualquier riesgo de nueva contaminación. Y a la obra de Miguel Hernandez le han puesto un ojeador encargado de valorar lo que la presencia de su legado significa para el acerbo cultural de donde esa obra residía hace años: Elche.
El archivero municipal, encargado de semejante desafío, seguramente habrá determinado que el poema "La palmera" de Miguel Hernández es mucho menos determinante para el futuro de Elche que la dama de cerámica, que puso a la ciudad en el mapa; o habrá pensado que tanto escrito por leer, tanta vitrina por limpiar, tanto objeto personal almacenado no merece un espacio más razonable que el lugar de Azaña en el Parlamento; que invertir tres millones al servicio de ese señor Hernández no cabe en su lógica, la de archivero, acostumbrado a encajar volúmenes en los anaqueles municipales siempre insuficientes.
Con seguridad, lo del dictamen del archivero no es una argucia de la Alcaldía de Elche, sede hasta ahora de ese legado de un poeta universal. Seguramente su nivel de responsabilidad es mayor que su albedrío sobre ese capital cultural que vive como carga. Esa es la tragedia. Al archivador/ojeador le ha caído encima el marrón de justificar la incuria de sus ediles municipales gobernantes, sea cual sea su valoración sobre el autor.
Miguel Hernández en su legado se va a vivir a Quesada, en Jaen, donde nació su mujer. Lástima que Saramago muriese ya; hubiera encontrado un nuevo motivo de su ira contra la ignorancia, a la que cabe sumar la ira por la indignidad de esta vacuidad mental que ni quienes les votaron merecen.
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