Te das
cuenta a veces de que, por mucho que quieras, no consigues saber cuanto
necesitas, todo lo que los demás ya saben, para poder convivir con ellos como
uno más. No por eso lo que sientes y piensas vale menos, pero crees estar
compartiendo el significado de los días o los lugares y no; los demás conocen
el entorno y el contexto y para ellos es un dato sin más cuando para ti ese
dato es la clave de tantas cosas.
He estado
aguardando hasta hoy para contarlo porque esa fecha si la controlo. Hace meses
que venía siguiendo a Gaizka Fernández Soldevilla en las vísperas y en las
presentaciones sucesivas de su libro “Héroes, heterodoxos y traidores. Historia de Euskadiko Ezkerra (1974-1994)”. También se podría haber titulado “La
izquierda vasquista, de ETA al PSE-PSOE” o, como recordaba aquel reportaje,
“Diez años sin Mario Onaindia”, los que ahora se cumplen, este mes de agosto de
2013. A Gaizka, cada vez que le he visto presentar su obra, le abruma tanto la
cantidad de historia que se acumula en su cabeza como el reparo de resumir en
10 minutos cuanto hay escrito o investigado. También a Gaizka se le salta a la
cara esa ternura del escritor cada vez que presenta un libro, como si fuese el
primero siempre, y la del autor que ha enzarzado su búsqueda con sus
sentimientos personales.
Esa tarde
en Zarautz bajamos al sótano de aquel bar y cambió el escenario a sala de
exposición, todo blanco, para volver a escuchar, por segunda vez en ese caso,
cómo fueron los héroes de aquella aventura incierta llamada Euskadiko Ezquerra,
por qué fueron heterodoxos cuando la violencia cegaba la idea y la política era
fuego. Y por qué lo de traidores. Es difícil declarar un día que ya no somos
presos de nuestra propia vida y que renunciar a ella es el heroísmo mayor, que
incluso nuestros errores contribuyeron a llegar a aquí y que ahora podemos
empezar a mirar hacia atrás reconociéndonos en lo que fuimos.
En aquel
sótano-sala de exposición no dejaba de intimidarme la seriedad uniforme de
cuantos habíamos acudido allí, al bar “Zazpi” (Siete), con un gintonic en la mano, un
rato de espera ansiosa y la sonrisa constante de Esozi Leturiondo. Nadie
pestañeaba cuando se oía decir que no ha habido un nacionalismo heterodoxo
después de ETA poli-mili, que ”la VI” ni se acordó de las víctimas o que
Euskadiko Ezkerra no se ha jubilado, sólo se ha ido desgranando en pequeñas
utopías de aquella utopía mayor. Los “euskadikos”, decían, son héroes pequeños,
no grandes patriotas y si aquella transición se hubiera hecho bien viviríamos mejor.
Aquel fin extraño de Euskadiko Ezquerra en el seno del PSE fue, decían, el
preludio de la ruptura posterior que tomó nombre de Lizarra.
Se
hablaba de esas nanas para dormir niños que hablaban de la vuelta de un padre
preso por “vuestro futuro” y se afirmaba que lo más reciente de Aiete es “la
visión rosa de la violencia”. No se cree que nadie en Bildu esté aún inmerso en
su propia transición democrática, sino ejercitándose para asumir la herencia. “Todo
menos adjurar de su pasado”, decían que decía Pernando Barrena. En ese
encuentro con la historia, allí, debajo de la barra del bar “Zazpi” de
Zarautz, se tenia la seguridad de que la historia no se borrará a base de vecindad
y olvido
A la derecha, Esozi Leturiondo, viuda de Mario Onaindia. A su lado, Gaizka Fernández Soldevilla, hstoriador |
Tal
vez hubiera sido mejor saber, antes de entrar, que aquel bar era el “zulo”
antiguo del debate, la vieja sede donde se trazaba el futuro desde un presente
discutible y discutido, las paredes que cobijaron las mejores y las peores
decisiones de Euskadiko Ezkerra, hasta su desaparición desde el éxito moral
sobre la violencia. Fue mejor así, porque, al menos, nos permitió decir que el
fin de EE en el PSE no era lo que EE quería o que los vientos centralistas
saltan por encima del Nervión cada madrugada.
Se
entiende todo mejor cuando escuchas decir cómo los “nuevos viejos traidores”,
valga la expresión, se han recogido en Bildu. Cientos de muertos y heridos para
conseguir lo mismo que perseguía Euskadiko Ezquerra y la renovación estratégica
del desaparecido y nunca encontrado "Pertur": Practicar en la democracia aunque
sea para destruirla, propugnaba.
Esa
tarde algunos aprendimos que la intuición no se equivoca siempre, que aquellos
votos perdidos de hace décadas buscaban un destino común, mientras en Euskadiko
Ezkerra iban aprendiendo democracia el partido y la gente.
La
aprobación del Estatuto de Guernika nos pilló bajando la Rambla de Catalunya,
en Barcelona y en esa tarde de Zarautz aquel gintonic aguado nos ayudó a digerir que el Tzaspi, la Fundacion
Mario Onaindia y la Casa del Pueblo del PSE-EE era todo uno, a fuer de
hetorodoxia.
* En este fin de agosto se cumplen diez años de la muerte de Mario Onaindía.
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