La tierra hierve a veces bajo los pies de la
sociedad como un volcán a punto de reventar la superficie; los chorros de vapor
o las pozas ardientes solo son síntomas, como citas turísticas, de lo que por
dentro ocurre. La sociedad hierve a veces como un enorme globo de goma al que
miramos sorprendidos, embelesados, asustados, porque aún no haya hecho
explosión en nuestras propia cabeza. El mundo y la sociedad poseen mallas de
contención y relojes invisibles que permiten soltar presión como si fuese un
divertimento o dejar escapar aire para un revoloteo de corto recorrido.
Controles propios para que nada se extinga y pueda seguir existiendo.
Berlin 2012. Ante el monumento al holocausto nazi de homosexuales y lesbianas |
Ni las mayores crisis, ni los peores desastres han
conseguido hasta ahora, desde aquel ignoto big bang que, dicen,
transformó nuestro universo llevándonos hasta lo que hoy somos, no han
conseguido echar abajo al refrán gallego de "nunca chove que non
escampe" o, lo que es igual, "no hay mal que cien años dure". De
cuando en cuando avanzamos, sorteamos las mallas que atenazan el mundo y
conseguimos hacer que el aire huela de forma diferente, que las sociedades
introduzcan formas de entender, ver y aceptar que algunos tabúes no son hijos
de las creencias religiosas ni tampoco descubrimientos científicos. Que, en el
fondo, el ser humano es menos complejo de que lo que parece, si le dedicásemos
un segundo más a conocerlo. Sería fácil hacer que la sociedad avanzase de forma
menos traumática, de que conceptos más profundos que los convencionalismos,
como la libertad, la igualdad, la equidad como marco para la justicia real no
suenen a discurso político de oportunidad, sino a la base común de nuestra vida
en convivencia, tan normales, tan sin excepcionalidad como que los árboles
pierden y recuperan las hojas cuando toca, o que cada 24 horas el día cambia en
el calendario con la naturalidad de la mano que pasa la página o cambia la
tecla del móvil.
Aún calienta el aire de esa explosión aparente que
ha significado el rechazo por el Tribunal Constitucional del recurso presentado
por el Partido Popular a la Ley que, la presentara quien la presentase,
traslada al terreno de lo natural, de lo razonable, de lo humano, la
posibilidad de que un hombre y una mujer tengan iguales derechos ante la ley
que un hombre y otro hombre o que una mujer y otra mujer para contraer o
deshacer su convivencia bajo un contrato civil de matrimonio. Una ley que venía
aplicándose desde que fue promulgada hace siete años y que, siete años después
de esa fecha, el Tribunal Constitucional ha tenido a bien darle carta de
normalidad constitucional. Han sido precisos siete años para quitarse de encima
una espada de Damocles que razones políticas, discrepancias, visceralidad,
demagogia o conveniencias personales sostenían sobre la cabeza del conjunto de
la sociedad,. fuese cual fuera la postura de cada cual respecto a dicha ley.
Con seguridad, la sociedad explosionó antes que sus
gobernantes en este país, y son muchos más de siete años los que viene rugiendo
esa presión hasta la explosión mediática de ayer. Muchos más años que el tiempo
de la copa de cava de hace 24 horas. Porque ya hace muchos más años que la
sociedad, norte, sur, este, oeste del país, habían convertido en cultura de
civilización lo que era una excepcionalidad para la España oficial.
Con seguridad también hay mucho de carga personal
en esa decisión del Tribunal, de particularidades y razones individuales en el
posicionamiento de cada cual, aunque estemos acostumbrados a agrupar
buenos/malos según quien juzgue a los que juzgan. No hay una razón de genero
que pueda socavar las demás razones para la libertad individual. Cualquier
homosexual, lesbiana, heterosexual es una parte individual de esta sociedad que
a duras penas alcanza cotas mayores de libertad contra vientos y tempestades.
Ese contraste, ese choque que llamamos cultural, otras veces ideológico, la
mayoría de las veces regado de creencias, es el ruido de hoy ante una libertad
reclamada a destajo desde hace tantos años, conquistada a escalones sin
desánimo y, al fin, convertida en hecho social por encima de leyes y
legisladores.
Hay conquistas tan duras
como el pedernal, pero aún por entre las grietas más estrechas, la presión de
la vida, de la libertad, hace algunos días más nuestros y menos parte de la
negra historia que nos ancla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario