Cuando la radio anunció que los seguidores de EH-Bildu habían comenzado a
entrar en el polideportivo de La Casilla, en Bilbao en la noche electoral de Euskadi, a los más o menos viejos
del lugar el estómago se les dio la vuelta, como si hubiese frenado en seco aquel taxi que los llevaba
hasta el hotel para vivir los resultados electorales. Comprendieron de sopetón que muchas
cosas habían cambiado en un período de tiempo que parecía corto, el que va
desde las manifestaciones de los 1 de mayo beligerantes y de clase con UGT y
CC.OO a la cabeza, a esta tarde de cierre de mesas electorales de 2012,
poniendo fin a una campaña que el Partido Socialista de Euskadi–Euskadiko Eskerra
abría gobernando en Euskadi y con un escenario minimalista en blanco dentro de
un hotel, en plena zona residencial de Vitoria–Gasteiz.
"Newton", por William Blake |
La “ocupación” de La Casilla por los candidatos de EB-Bildu, segunda fuerza
electoral en resultados y a un paso por primera vez del mayoritario PNV,
arrojaba al interior del taxi múltiples preguntas sobre la evolución de la
sociedad vasca, el día de las primeras elecciones sin armas a la vista y a un
año de lo que nadie llama aún rendición de ETA. Preguntas sobre por qué había
calado el mensaje del cambio sobre los modos y contenidos de la política, sobre
cómo evitar que ahora la calle se inunde de nuevo del grito euskaldun de
“independentzia” a la vez que Mas esconde su fracaso en Catalunya tras un grito
similar y el Bloque se divide en Galicia para ascender al viejo y hasta ahora
denostado Beiras. Y preguntas, en fin, de por qué los socialistas no consiguieron calar su mensaje de gobierno eficaz y parecen haber olvidado que sufrieron la peor de las persecuciones del terrorismo para luego sólo
tímidamente recordar que “yo estaba allí”.
El concepto político de descalabro es como la purga de fierabrás, duele
pero se olvida. El descalabro del PSOE del que se habla aún hoy en Euskadi, donde
se quiso gobernar en minoría sobre un escenario político virtual, o en Galicia,
donde todo parece condenado a que sólo Paco Vázquez ejerciese real poder en el
partido y en las urnas simultáneamente, ese descalabro es probablemente el dato
menos relevante, aunque tenga múltiples lecturas sobre la resistencia del PP,
la validez de sus política regresivas, las alternativas imposibles….. Lo más
significativo de los resultados del 21-N en Euskadi especialmente –el PSdG-PSOE
aún anda rematando y esquivando cadáveres políticos desde el mutis por el foro
de Emilio P. Touriño- es que se ha demostrado que, después de un tsunami como
el vivido con Zapatero, no se construye una casa sobre el agua con los restos
del desastre.
Los resultados para el PSE-EE hablan de un “suelo” imposible de adivinar,
porque siempre se pensó que Bildu y sus componentes aún no han recibido la
absolución de sus pecados como para merecer el triunfo. Hasta que llegó el
15-M, el de las elecciones autonómicas y municipales, y los herederos de
Batasuna llegaron a cotas del 25,6% en una elecciones generales y municipales mientras en Moncloa las cabezas más
cercanas a Zapatero suponían que obtendrían solo un 10,5% de votos. Aquel
presagio y este resultado de hace pocos días están unidos por el mismo desconocimiento.
Metidos en el diagnóstico, ya hay quien dice desde la cabeza del PSE-EE
donde Patxi López refugió su candidatura, en Álava, que “se han salvo los
muebles”, que “el escenario es diferente al de anteriores elecciones porque la
izquierda abertzale cambia los resultados de los demás con su presencia” y que quien opine diferente se vaya ... o los echamos. Hubo
una izquierda a la izquierda del PSE presente en el Parlamento que ahora se
renueva, la participación permanece prácticamente estable respecto de la
anterior convocatoria para presidir el Gobierno vasco, y según los datos
conocidos, la llamada al voto nulo o la abstención en aquella ocasión por parte
del ahora EH-Bildu no tuvo especial eco.
No hay dudas sobre cómo consigue EH-Bildu su resultado electoral, llamativo
resultado, en 21-N. Con su propia cantera de votos, los que resta al PNV, que
fue el “mal menor“ de muchos y su capacidad de convocatoria, cuasi militar. La
pregunta que más duele es cómo consigue el PNV su resultado, que le permite
gobernar aun siendo minoría en un país de minorías políticas. Duele porque hay
un desvío evidente de votos al PNV desde el PSE-EE y, está por ver, del PP. Y,
en todo caso, son esos votantes de entonces los que cubren el magro de la
abstención, que, siendo prácticamente igual numéricamente, es muy diferente en
cuanto a la tipología de quienes la componen.
Es ahí donde comienza la respuesta a la pregunta sobre cuándo se abandonó
La Casilla, sobre si zumbido Zapatero es la causa nuevamente o si,
como algunos creen, la realidad es inevitable, aunque se la retuerza para formar
gobiernos de conveniencia histórica. Respuestas sobre la necesidad de hacer
coexistir la presencia en las instituciones con la presencia en la calle, junto
a los ciudadanos, todos en general y, especialmente, en los lugares de intención
de voto más probable. Respuestas, en fin, sobre si tanto análisis sociológico
sobre Euskadi no ha advertido que los pueblos olvidan con prontitud y, más aún,
a los que gobiernan, solo gobiernan.
Galicia y Euskadi han sido los pioneros en cristalizar una nueva izquierda
que gritaba desde el 15-M, con el 15-M, mientras la izquierda tradicional hacía
guiños de pana o cuello Mao para acercarse a ella. Una nueva izquierda que ha
rentabilizado el impulso identitario, de nuevo, para situarse en o cerca del poder
real, y un mensaje social para lo político, lo económico y lo institucional. Un
mensaje al que el PSOE no ha podido llegar, achicando agua aún o preparando
nuevos salvavidas.
Aquel anochecer en que Rodolfo Ares, como coordinador de la campaña electoral
del PSE-EE, advertía de que el adversario no era el Partido Popular sino el Partido
Nacionalista Vasco, pocos pensaban que se estaba refiriendo a un crecimiento
posible y resultado favorable a costa de la izquierda abertzale, que antes le
había prestados votos y escaños en un ejemplo de buena relación familiar. Nadie
entendió que hablaba de votos socialistas o que votaron PSE-EE anteriormente. Desde
el escalón más alto de la coordinación electoral, ha tenido una visión fácil
sobre el movimiento del suelo, el político en general de Euskadi, y
especialmente el ahora más que nunca inimaginable nivel donde el voto
socialista deja de perderse.
La última pregunta y su respuesta es si Euskadi ha cambiado tanto como para
que La Casilla la alquilen otros ahora o si son los conceptos que definieron
siempre al socialismo –es tiempo de identidad- los que han perdido fuerza, si
no sentido, en tiempos de crisis; si esa lejanía practicada respecto de la
sociedad provoca sordera en tornos a conceptos anclados en su historia y que la
sociedad repite a gritos: honestidad, cercanía y contundencia.
El arranque de campaña en el barrio gasteitzarra de Armentia fue el toque
contra la abstención, cuando aún se era gobierno. Patxi López ha anunciado su
deseo de renovar en y desde la secretaría general y ha desmentido a quienes,
desde el propio PSE-EE, desnortados por la derrota, llegaban a enaltecer la relativa
bondad del resultado, el de la mera presencia. Con ese entusiasmo bipolar de algunos y en la oposición, el riesgo es el anonimato.
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