Venía amarrada al miedo
los brazos sobre el vientre
para frenar el vértigo del cuerpo
el vértigo del miedo
-o la fuga del escaso ánimo-.
Hace tanto tiempo que vive conmigo
y nunca vi un temblor igual
sino en el temblor de su caricia
la ternura del adiós de siempre
o el abrazo inmediato de otros días.
las vidas van y vienen
o nosotros volamos de país a país,
y en esas horas de equilibrio
desasosiego e incertidumbres
ella siempre está en el final de la
pregunta,
en el punto justo del envite
el espaldarazo y soplo de alivio en
los oídos.
Descubrimos juntos las hortensias
sin olor
y la vida sin agua de las flores,
escuché en silencio su queja
callada y dolida
y vomitamos juntos contra el olvido,
unimos los minutos que nos unieron
y esperamos pacientes el sosiego.
Queta vino hasta la casa
y cambió la luz.
Todavía vivo el resplandor
sobre las horas,
el calor recuperado de esos días.
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