El albacea del honorable Pujol no tendrá despacho ni poder en la Generalitat.
La CUP ha hecho más por Ciudadanos que el propio Partido Popular de Catalunya
El fugado Puigdemont le da seis meses a Rajoy para hacer política en Cataluña y abrir las cárceles
Vamos a quitarle el cargo en la Generalitat. Digamos,
por entendernos mejor, que Quim Torra es el nuevo president de Catalunya, porque a veces se nos olvida que, bien
llevada la cosa, quien dirige la presidencia del gobierno autónomo es el
presidente de esa Comunidad autónoma, tenga carácter de nacionalidad o no según
determina la Constitución. No es un matiz. En nuestro país existen presidentes
que ejercen de notarios portavoces de la gestión de su equipo y otros que se
dejan la piel para hacer ver a sus vecinos que el poder está en su persona, por
decisión democrática, aunque el partido que le puso sea una grillera. En Castilla-La Mancha hubo quien mandó y quien
le hubiera gustado mandar, ambos del mismo grupo político. Lo hemos
comprobado de cerca.
SUCESORES FIELES, NO LEALES
Lo de Catalunya no es reciente. Aunque todo nos
parezca un terremoto político, Quim Torra debe su elección como presidente de
la Generalitat a Artur Mas y a la CUP (anarquistas y otros anticapitalistas),
aparentemente en las antípodas uno de otros. La
Generalitat se ha convertido en la perla de la corona que muchos quieren
conquistar, una vez muerto políticamente Jordi Pujol, que era quien mandaba
en todo, como vamos sabiendo. Todo hubiese ido sobre ruedas si el primer
president de esa cadena de errores sucesorios, Artur Más, no hubiese querido
apartar al honorable Pujol con un protagonismo que nadie le había exigido y o
saber negociar con Madrid la solución de los problemas, como siempre hacen los
nacionalistas, con el contravalor de los votos. Le hubiera bastado con mantener
el poder, controlarlo de cerca y alimentar los compromisos políticos y
sociales.
Mas perdió el
apoyo de su mayoría inamovible porque la crisis y los recortes fueron antes que
los de Rajoy, en una sociedad en la que el
bienestar no era solo la lengua y otras tensiones internas no salían a flote
como lo hicieron después. Por eso perdió el poder Artur Más y recibió el
encargo de buscar a un sucesor fiel, que no leal. Desde entonces, la estrategia
nacionalista catalana, como todas las otras, fue sustituir las banderas
catalanistas por las más radicales, sin perder de vista a la CUP. El discurso ha salido de la caverna
nacionalista y Puigdemont era la voz de su amo, el poder que aupó a Mas.
LA SOMBRA DEL NAZISMO EN EL PALACIO DE SANT JORDI
La noticia la ha acaparado Puigdemont durante muchos
meses, pero él solo ha sido, y sigue siendo, el
muñeco que cae redondo si Mas le retira la mano de la espalda. E importa poco quién sea ahora el sucesor de
Puigdemont, del que se dice que ha ungido heredero a un independentista radical,
separatista y xenófobo, calificado como nazi a la vista de sus escritos, que
reflejan su manera de pensar. Que haya obtenido el apoyo de la CUP para ser
elegido, vía abstención, era algo obvio, porque el engarce del poder nacional catalán se une por en los extremos por la
lengua y la secesión, aunque parezca contradictorio: Fue la CUP la que consiguió
derrocar a Mas/Pujol a lomos de una crisis social y poner en marcha la
trituradora partidista de la derecha catalana.
La CUP ha hecho
más por la aparición de Ciudadanos que el propio Partido Popular. Como nadie sabe hacia dónde va la estrategia de la CUP, salvo
por ese manido “cuanto peor mejor”,
la quiebra de esa relación no se ve en el horizonte. De todo este ese
conglomerado nacionalista, a nadie le
preocupa la crisis social, la actual y la que se avecina en Cataluña, como
anuncia el senador y expresidente de la Generalitat, Montilla, quien afirma que
estemos atentos al horizonte de unos años más, porque lo que ahora ocurre
parece un accidente, pero será decisivo para que Catalunya pierda lo que fue.
Si Quim Torra es un nazi, lo descubriremos cuando
ejerza como president, aunque nadie se juega un duro porque su presencia vaya
más allá del mes de octubre. Ni siquiera su padrino Puigdemont lo cree en
público. Torra se descubrió a si mismo en unos restos arqueológicos
descubiertos en el Mercado del Borne, una instalación histórica convertida en
centro cultural que el gerenciaba. Desde ese día supo que Catalunya tenía una
historia propia que había que defender, no amurallados como en Numancia, sino
ocupando las estructuras civiles. Igual que Mas, vaya. Ese es su currículum,
junto a su beaterio y su activismo catalanista desde Omnium, el nido donde
crecieron todos esos gorriones calentados por el dinero de la estelada.
TORRA: EL SEMESTRE NEGRO
No fue lo peor su discurso de investidura en el
Parlament de Catalunya. Como dijo el portavoz del PSC-PSOE con acierto, su
problema es la dignidad con que quiere acceder a ese cargo: el desdén y la
soberbia excluyente. Torra es un relato
corto de una vieja historia que le sobrepasará en trascendencia y en un
futuro inmediato. ¿Por qué “calentarse” con sus viejos mensajes y escritos de
la peor y más inculta escuela?.
Artur Más -y a quienes sirve- necesitan alguien que
haga ruido, mantenga el nivel de confrontación porque la estrategia es ganar
tiempo para que la CUP deje de ser decisiva y que el PP rinda los presupuestos
y abra las celdas. Después, con el beneficio recuperado, los gorriones volverán
al nido. Pujol se reirá entonces de tanta escenificación, recordará lo que es
ser presidente de Catalunya y paseará plácidamente a la sombra del esquilmado
Palau, convertido de nuevo en honorable.