viernes, 25 de noviembre de 2016

RITA. UN LUTO SOEZ

Hace algunas semanas escribía que "Los pecados capitales del PP, como sus delitos, prescriben y los condenados se proscriben de la política en silencio y paso cauto". Así iba siendo hasta que descubrieron que puede haber un doble escenario: el de la muerte política, cuando sucumbe el humano que sobrevivía arrastrando sus pecados; y el del tiempo de duelo, este en el que parecía que estábamos desde la mañana de nieve en que Rita Barberá fue a encontrarse con su último fuego.
(Foto Santiago Carrigues, "El País")
No es mi intención citar al PP si no fuese porque la bárbara valenciana lo era todo para ellos: lo mejor y lo peor. En vez de un libro de firmas y pésames, en la sede madrileña del Partido Popular deberían haber puesto su libro de primera comunión, con pastas de nácar glamuroso y páginas en blanco listas para enviarle el adiós antes de que recuerde cómo, tantos suyos, ya no le decían ni hola.
Negar que la muerte de una persona es una pérdida siempre es no reconocer que el ser humano se achica cada vez más en la inmensidad cruda de esta extraña modernidad tecnológica; esquivar la mirada sobre la realidad construida desde las pantallas de cristal, porque va bien controlar un milímetro temporal en ellas. El ritual, hasta lo de Rita, de su muerte física hablo, era enterrar con olvido o despedir con alarde institucional por quien fue algo más que persona.
Sorprende que la derecha brutal de este país haya cambiado, sin advertir, valores tradicionales que defendían, como el de la virtud. Las putas no se casabn de blanco y los duelos se hacen en casa., como si fuesen trapos sucios.  Estos días han caído mezclados esos dos grandes muros de la virginidad política y el recogimiento familiar del muerto. El alarde sobre Barberá demuestra que la corrupción ha llegado hasta el fondo del sentido común, que el sentido de las leyes y los jueces no importa, menos aún que las normas internas, que van de la hipocresía en vida a la obscenidad de creer que Rita les va a perdonar sus desprecios o que va a contar algo de lo que sabe.
Los nichos del PP se revuelven en los cementerios. Nunca tuvieron asegurada la paz eterna y ahora sienten cerca el riesgo, la vergüenza, de ser sacados a pasear, vestidos de inmaculado blanco, para taponar los agujeros de su imagen, el aimiento venenoso de su construcción
Otros, esas bocas que han callado estos días para apartarse del ruido, han producido el enorme vacío de los que nada tienen que decir, a riesgo de equivocarse, como Podemos. Pero el desequilibrio emocional de unos no debe ocultar una voz que hable del inmisericorde error en el que nos vamos hundiendo: no saber ya cuándo se condena, cuándo se es inocente y cuánto de conveniencia queda para ir detrás del féretro o echar palas de barro, por si le diera por hablar. Se ha superado la realidad, la de a pie de tierra, con esta nueva superconciencia de plástico a la que cada cual añade su hipocresía y lo de menos es el muerto.
Rita, lo tuyo está siendo una boda negra,llen a de invitados inesperados. y a la que no deberías volver de rojo y blanco.

RITA. UN LUTO SOEZ

Hace algunas semanas escribía que "Los pecados capitales del PP, como sus delitos, prescriben y los condenados se proscriben de la política en silencio y paso cauto". Así iba siendo hasta que descubrieron que puede haber un doble escenario: el de la muerte política, cuando sucumbe el humano que sobrevivía arrastrando sus pecados; y el del tiempo de duelo, este en el que parecía que estábamos desde la mañana de nieve en que Rita Barberá fue a encontrarse con su último fuego.
(Foto Santiago Carrigues, "El País")
No es mi intención citar al PP si no fuese porque la bárbara valenciana lo era todo para ellos: lo mejor y lo peor. En vez de un libro de firmas y pésames, en la sede madrileña del Partido Popular deberían haber puesto su libro de primera comunión, con pastas de nácar glamuroso y páginas en blanco listas para enviarle el adiós antes de que recuerde cómo, tantos suyos, ya no le decían ni hola.
Negar que la muerte de una persona es una pérdida siempre es no reconocer que el ser humano se achica cada vez más en la inmensidad cruda de esta extraña modernidad tecnológica; esquivar la mirada sobre la realidad construida desde las pantallas de cristal, porque va bien controlar un milímetro temporal en ellas. El ritual, hasta lo de Rita, de su muerte física hablo, era enterrar con olvido o despedir con alarde institucional por quien fue algo más que persona.
Sorprende que la derecha brutal de este país haya cambiado, sin advertir, valores tradicionales que defendían, como el de la virtud. Las putas no se casabn de blanco y los duelos se hacen en casa., como si fuesen trapos sucios.  Estos días han caído mezclados esos dos grandes muros de la virginidad política y el recogimiento familiar del muerto. El alarde sobre Barberá demuestra que la corrupción ha llegado hasta el fondo del sentido común, que el sentido de las leyes y los jueces no importa, menos aún que las normas internas, que van de la hipocresía en vida a la obscenidad de creer que Rita les va a perdonar sus desprecios o que va a contar algo de lo que sabe.
Los nichos del PP se revuelven en los cementerios. Nunca tuvieron asegurada la paz eterna y ahora sienten cerca el riesgo, la vergüenza, de ser sacados a pasear, vestidos de inmaculado blanco, para taponar los agujeros de su imagen, el aimiento venenoso de su construcción
Otros, esas bocas que han callado estos días para apartarse del ruido, han producido el enorme vacío de los que nada tienen que decir, a riesgo de equivocarse, como Podemos. Pero el desequilibrio emocional de unos no debe ocultar una voz que hable del inmisericorde error en el que nos vamos hundiendo: no saber ya cuándo se condena, cuándo se es inocente y cuánto de conveniencia queda para ir detrás del féretro o echar palas de barro, por si le diera por hablar. Se ha superado la realidad, la de a pie de tierra, con esta nueva superconciencia de plástico a la que cada cual añade su hipocresía y lo de menos es el muerto.
Rita, lo tuyo está siendo una boda negra,llen a de invitados inesperados. y a la que no deberías volver de rojo y blanco.